Las librerías están llenas de libros de autoayuda y superación personal, este género se ha convertido en un serio competidor de otros, como el de las novelas de aventura, misterio o amoríos, lo que denota que, en nuestros tiempos, hay una gran sed por hallar nuestra esencia, esta que nos diferencia de los demás seres vivos y es un reflejo de Dios.
No hay duda que las mujeres y hombres del Siglo XXI, estamos ante una crisis global, producto del desarrollo tecnológico y de los medios de comunicación.
Esta realidad está impactando y transformando integralmente, no solo la forma de generar riqueza, sino también la manera de vivir. Y todo cambio genera incertidumbre y gran miedo, por el simple hecho de tener que dejar lo que, por años, ha sido sinónimo de seguridad.
Sin embargo, si lo pensamos lo más desapasionadamente posible, el mismo vivir no es más que un cambio constante, tanto interno como externo. Nuestro cuerpo ciertamente no es el mismo ahora del que teníamos hace diez o quince años atrás. Pero tampoco la sociedad en la que nacimos y nos desenvolvemos, se ha quedado estática, ella también se ha ido transformando con el paso del tiempo. Es un cuerpo social pero no por eso menos vivo. Es afectado por diversas variables y debe adaptarse a ellas para poder funcionar y subsistir satisfactoriamente en el tiempo.
Las crisis existenciales en realidad no son producto de la Globalización, ni del Capitalismo o Comunismo, estas han acompañado a la Mujer y al Hombre, desde que tuvieron la capacidad de pensar, de razonar y de tomar conciencia de los efectos de sus acciones pero sobretodo de que su existencia en este mundo es finita.
Aunque en estos tiempos, pareciera que el materialismo y exacerbado consumismo, son las causas de esa gran angustia existencial, que está afectando a grandes grupos humanos, paradójicamente, también están apareciendo personas que sienten la necesidad de buscar en otras realidades, sus realizaciones personales y espirituales.
Cuando una mujer o un hombre piensa y se ve a sí mismo como un ser único e irrepetible, la mayoría de las veces, independientemente que sea creyente o no, también, se pregunta sobre el sentido de su vida, la razón de su existencia. ¿Por qué estoy en este mundo? ¿Cuál es la razón de mis luchas?
¿Qué va a pasar cuando mi tiempo terrenal llegué a su fin?
Y ante esa única certeza que tiene todo ser humano: Su muerte, aparecen dos grandes grupos de personas, uno formado por quienes creen que con su vida terrenal, se acaba también con su existencia física y otro integrado por quienes creemos en que nuestro paso por esta vida, simplemente, es un caminar, un medio para transcender a una dimensión espiritual mayor.
Para quienes reconocemos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador esta vida con todos problemas y angustias, se vuelve mucho más llevadera. Sabemos que no estamos solos, pues Él dijo que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos y además que, todas nuestras vivencias buenas y malas, contribuyen a nuestro crecimiento como seres espirituales. Esto tiene efectos inmediatos en nuestra vida terrenal pues el egoísmo, el materialismo y la acumulación de la riqueza como fines en sí mismos, son aspectos que pierden toda fuerza para quienes buscamos la trascendencia. Esta conciencia de que podemos transcender nuestra existencia terrenal, es la que realmente nos diferencia del resto de los seres vivos pues nos hace vernos como seres espirituales.