Es innegable que los medios de comunicación se han convertido en un instrumento de extraordinario poder social, pues no sólo se limitan a informar sino que, también, van más lejos cuando se convierten en espacios que orientan el sentido de la información.
De ahí que puedan ser la diferencia entre una sociedad informada y culturalmente preparada, o una que se oriente a la descomposición social.
Ante esta invaluable responsabilidad de los medios por forjar una mejor Patria, es alarmante la actitud que algunos de ellos están tomando al desvirtuar las informaciones plagándolas de altas dosis de sensacionalismo.
Duele ver cómo en algunos medios, en especial televisivos y escritos, dominan las informaciones cargadas de pesimismo, sangrientas imágenes que parecen sacadas de la más terrible película de terror, la falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, rostros abatidos por el dolor ante una hostigadora cámara o lágrimas profanadas por las miradas de extraños. En definitiva, informaciones donde se sacrifica el contenido por lo atractivo visualmente.
Por eso es lamentable que, ya sea por costumbre o ignorancia, muchas personas prefieran consumir este “espectáculo” noticioso amarillista de drama, sangre, dolor y negativismo que actualmente se vive.
De ahí que tal postura deba ser hoy absolutamente combatida; en este sentido, recordemos las palabras que la beata Teresa de Calcuta les decía a los comunicadores: “Informen de lo bueno, que no sólo lo malo es noticia”.
Ciertamente los medios de comunicación que así lo hacen deben dejar de lado ese amarillismo y superficialidad existentes, para volver a ser espacios de respetuosa discusión pública; es decir, en donde el conjunto de profesionales-espectadores-consumidores de información y ciudadanos, sea un epicentro de respeto y humanidad que nos lleve a saborear más sanas y educativas informaciones a pesar de los sinsabores que este mundo acarrea.
Necesitan ser un centro donde se dé lugar a un mayor análisis sobre asuntos de envergadura para todos y para todas: la consolidación democrática, la ingobernabilidad existente, el necesario rescate de valores, la seguridad ciudadana, la firme protección a nuestra infancia, una cultura de paz y tolerancia; en fin, una actitud más humanista y respetuosa de lo que acontece en nuestro país.
Indudablemente todos los humanos no poseemos otro camino que el de realizarnos a nosotros mismos mediante el servicio a los demás.
En este sentido, si hay una profesión que se asoma más a este propósito es la de los comunicadores, por ello debe ser un mandato ético y moral de cada comunicador el ser, absolutamente sensible, a las injusticias de este mundo, y a todo lo que merma la dignidad de las personas.