Más allá de todo lo que se ha dicho sobre la crisis económica en que nos tiene la irresponsabilidad del sector bancario y financiero de Estados Unidos, esta situación nos muestra un problema mayor: una crisis profunda de valores.
Es cierto que los bancos cometieron el grave error de prestar dinero más allá de las posibilidades de pago. Es cierto que muchos bancos jugaron con las garantías y pasaron por alto la situación económica de sus clientes.
Lo importante era vender y vender y vender. Lo importante era saciar la sed de la fiebre por las habitaciones. Casas caras, con precios inflados, pero con dinero fácil para pagarlas.
Hubo quienes compraron tres, cuatro, cinco, diez casas. Al final, no podían pagarlas. Y eso generó la crisis. Los bancos tuvieron que recibir de vuelta cientos de edificios de condominios y casas lujosas y carísimas.
¿Por qué creo que se trata de una crisis de valores? Porque no hubo capacidad personal para decir “hasta aquí”, para actuar responsablemente, para contenerse en el consumo, en la compradera, en la gastadera de plata que no tenían.
La palabra consumo es clave en esto. No puede ser que nos hayan educado para consumir, primero que todo. En otras palabras, primero consumo, y luego existo.
Y todavía peor, nos han educado en los últimos cuarenta años para consumir y para ostentar. Para mostrar lo que consumimos. Lo que tenemos. Antes, hasta los ricos eran modestos. Ostentar era algo de mal gusto. Ostentar era algo desagradable y feo.
Ahora valgo más, si tengo más. Valgo más si ostento más, si consumo más. Aunque yo sólo puedo vivir en una casa, lo mejor es tener cuatro o cinco. Ahí está la raíz del cacho en esta crisis.
Dice Facundo Cabral, ¿para qué quiero dos sombreros, si yo tengo sólo una cabeza? ¿Para qué quiero dos camas, si yo duermo en una sola?
El mundo está sufriendo más pobreza, por un mayor desempleo, gracias a que los bancos de Estados Unidos pusieron a los ciudadanos de ese país en medio de una fiebre loca por comprar y comprar, por tener más y más, por competir para ver quién ostenta más. Es una nueva versión de la fiebre del oro, en California.
El resultado de esa fiebre loca por comprar y comprar es esta crisis. Deberíamos volver a los valores. Primero que todo, soy como persona porque soy hijo de Dios, porque soy parte de su creación. No soy más porque tenga más, ni soy menos porque tenga menos. Segundo, los valores están primero que el mercado. El mercado genera libertad, competencia, excelencia, pero Dios está primero que el mercado, el ser humano está primero que la competencia y el consumo.
Deberíamos aprender la lección, a golpes y a palos, lamentablemente, porque la crisis nos estruja a todos. La persona debe regresar a su esencia para encontrar el camino para construir un mundo menos injusto, un mundo compartido, un mundo más humano.