Siempre al inicio de un nuevo año, los deseos de bendiciones abundantes, de propósitos de cambio y de esfuerzos para enfrentarlo, son el estimulante del que todos echamos mano para encarar la incertidumbre que deparan esos nuevos 365 días que se nos da como cheque en blanco, para que cada día lo giremos según nuestra propia voluntad. No quisiera sonar agua-fiestas ni repetitivo con el tema y tampoco es mi interés menospreciar la costumbre. Todo lo contrario, soy el primero en emularla y en hacer el análisis respectivo, para ver qué uso quiero darle a semejante regalo divino.
Déjenme eso sí, estimados oyentes de PANORAMA hacer en los albores del nuevo año, un recuento de lo que a mi humilde criterio, han de ser tres retos sobre los que deberíamos concentrarnos todos. No importa nuestro campo de acción. Ya sea el sector público o el privado, nuestra casa o nuestro trabajo, nuestro centro de estudios o el lugar de esparcimiento; sea cual sea nuestra condición socio-económica, nuestro credo o raza. Estos retos nos afectan a todos, su rumbo nos involucra a todos, las consecuencias de su irresolución nos golpean -cada día- a todos.
Inicio por el peor de los males que tenemos y sin cuya resolución será imposible dar ese salto al desarrollo. Se trata de aquella frase consignada en tiempos de nuestra propia independencia, de “esperar que se aclaren los nublados del día”. Esta frase nos ha hecho cautivos de los legalismos y hasta ha hecho que se construya sobre ella nuestra propia idiosincrasia. Nos ha hecho pasar de una actitud reflexiva ante los problemas nacionales a una fea costumbre de ponerle trabas a todo, de postergar las decisiones trascendentales, de pensar que la oposición a ultranza y sin razonamiento alguno es la forma de objetar posiciones y de generar dividendos políticos futuros. Es la costumbre que hemos tomado de interponer “sala-cuartazos” a todo o de usar reglamentos legislativos para entorpecer el avance de un proyecto de ley, aun claros de que su aprobación es necesaria.
Creo, que el segundo de los males que nos aqueja es la aplicación tardía, errada o simplemente la no aplicación de la ley. ¿Para qué leyes si no se aplican o no se cumplen por falta de voluntad para hacerlas cumplir o por temor al costo político que eso represente? Contrario a lo que dijo en algún momento la Ministra de Seguridad, no se trata de una percepción de inseguridad por parte de los ciudadanos. La inseguridad es una triste realidad en el país y es alimentada cada día por la impunidad, por la lentitud en la administración de la justicia y por la saturación del sistema con procesos que pudieron ser dirimidos en otros ámbitos o incluso, que no debieron haberse interpuesto jamás.
No sé si las leyes que tenemos son suficientes o no, pero al ver el largo proceso que lleva aprobar una en el país, los “mamarrachos legales” en que a veces se convierten propuestas serias y hasta las metidas de pata que terminan en afectaciones constitucionales, me pregunto si no se cumplirá en Costa Rica aquello de que “entre más leyes, más portillos”.
Termino, señalado el tercero pero más importante de los retos que tenemos como sociedad en este 2009. Es, el cambio de actitud por parte de TODOS, lo que necesitamos para que esta carreta salga del atascadero en el que la tenemos. Ese es el principal de los retos y necesitamos cada uno ver hacia dentro y auto señalarnos cuáles son esas áreas en las que debemos mejorar y cuáles han de ser los aportes con los que vamos a construir un mejor país en este año que hemos inaugurado.
Al término de esta nueva oportunidad que nos depara Dios, tendremos que evaluar lo actuado. Será en un año, cuando diremos si lo hemos logrado o no. Será en un año cuando podremos valorar si el nuevo año traerá nuevos retos o si será simplemente “Un año nuevo con retos viejos”.