Viernes, 09 Mayo 2008 18:00

La publicidad pertenece al reino de la libertad

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Ninguna sociedad de hoy en día puede vivir sin libertad.

Porque la libertad es algo inherente a la condición humana. Ernesto Sabato, en su libro Uno y el Universo, dijo que en nuestra época quedó demostrado que los crímenes y desmanes políticos, tanto de la izquierda como de la derecha, son una experiencia histórica suficiente para admitir que nada vale la pena luchar por la justicia social si no es una lucha por la libertad del ser humano  y por la dignidad que le corresponde.

De la misma manera la libertad de expresión es la referencia o condición obligada de la publicidad. Una forma de expresión comercial propia de las sociedades democráticas que creen y apoyan con decisión la necesidad de la existencia de medios de comunicación independientes como principales canales para divulgar noticias, entretenimiento y educación a la población.

Ahora bien, la libertad no implica eliminación de límites. Las reglas o leyes que la demarcan son el resultado de un código propio que debe animar una mejor convivencia, con los consiguientes derechos y obligaciones que nacen a su luz. Son para entender como hay que moverse en un terreno particular de juego sin cometer infracciones que deriven en situaciones lamentables o incidentes no deseados entre jugadores.

Decía Almafuerte: El respeto al derecho ajeno es la paz.

Esto en el terreno publicitario puede traducirse en cierta necesidad de la existencia de códigos que permitan un discurso común para resolver situaciones extremas, denotando la madurez empresarial del sector. Llamase anunciantes, medios y agencias de publicidad de nuestro país.

No con la idea de censurar, sino para poder sentarse a conversar entre expertos o profesionales del tema, discutir y recomendarnos para bien, entorno a nuestras propias reglas de juego y dentro un clima auténtico de libertad, bajo la observancia o no del estado. Siempre y cuando surja una duda que trascienda.

Mas allá de la cantidad de ruido que logre la publicidad de uno u otro producto o servicio para su beneficio, la sociedad en su conjunto, o una parte de ella, tiene el derecho de sentirse o no perjudicada por un mensaje que se lanza si medir las consecuencias que su contenido pueda tener fuera de lo publicitario.

La formula siempre ha sido asumir la responsabilidad social que implica hacer publicidad, como cualquier otra forma de comunicación, y estar ubicados en el presente de la gente y del lugar en donde vivimos, apartándonos por un momento de los intereses que motivan la acción.
 
Nunca faltan campañas o declaraciones con fines muy loables, que simplemente por su forma o lenguaje, pueden terminar en una bola de nieve gigantesca con posibles perjuicios nunca planeados ni pensados por el interlocutor.

Nuestra libertad siempre será proporcional a la responsabilidad que tengamos al ejercerla.
 
Lo cierto es que en la libertad seguirá reinando la publicidad por mucho tiempo más y se fortalecerá en la medida que asumamos nuevos retos que signifiquen mayores compromisos con su esencia.