A más de quinientos años de haberse iniciado la conquista y la colonización de este continente, grandes sectores de nuestros pueblos, siguen sin comprender que, sin desconocer los inevitables abusos que se dan en esta clase de procesos, exagerados al máximo, por la llamada “Leyenda Negra”, la Conquista y la subsiguiente Colonización de la América española, constituye una epopeya de geógrafos y guerreros, de sabios y colonizadores, de héroes y de santos, que, dio a luz una nueva cultura, infinitamente superior a la que existía bajo el dominio aborigen y que al ingresar a la civilización bajo el estandarte de Castilla, cumplimos una etapa de la que ya es imposible retroceder.
El historiador venezolano Augusto Mijares, en su biografía de Bolívar, “El Libertador”, nos cuenta, que a principios del siglo XIX, cuando la Independencia era inminente, el gobierno metropolitano, ya en franca decadencia, cayó en la corruptela de vender a los criollos toda clase de títulos y distinciones conforme a un arancel establecido por Real Cédula de 1801. Mediante el pago de las tarifas ahí establecidas, cualquier interesado podía obtener, entre otras cosas, el distintivo de “Don” y hasta una declaración de hidalguía y limpieza de sangre! Este desvergonzado remate de distinciones, lejos de atenuar la diferencia de clases, la hacía más absurda y enconada, causando un general malestar entre los criollos, que si bien en su mayoría, eran partidarios de la Independencia y de la igualdad legal que debía unir a todos los habitantes de estas tierras, veían con repugnancia ese irrespetuoso tráfico.
Según parece, una de las sentencias dictadas al amparo del mencionado Arancel y de una Real Cédula de 1795 denominada “de gracias al sacar”, declaró literalmente, que a partir de aquel momento “debían tenerse por blancas a las negras Bejarano”. Esta absurda sentencia causó tal escándalo que según el historiador, siglo y medio después, era frecuente oír en Caracas esa misma expresión, como resumen de cualquier pretensión absurda: “Sí, que se tengan por blancas a las negras Bejarano”! Cuánto les costó a las interesadas esa “blanqueada legal? No nos lo dice don Augusto Mijares, pero no hay duda que el autor o autores de tan disparatada resolución, deben haber cobrado lo suyo.
Esta anécdota, que nos puede parecer risible y propia de épocas ya superadas, en realidad es reveladora de tendencias y aspiraciones que, lejos de haberse extinguido, continúan vigentes en nuestra época, revestidas de otras formas, pero que igualmente impiden o al menos obstaculizan a nuestros pueblos para que adquieran conciencia de nuestro pasado glorioso y ocupen el sitio que por derechos propios les corresponde en el mundo actual.
Alienados de todo lo cultural e históricamente conforma nuestras nacionalidades, vastos sectores de nuestros pueblos continúan profesando una servil admiración a mitos que no forman parte de nuestro ser, como les pasó en su momento a las protagonistas de la anécdota, que sintieron la necesidad de pagar para ser tenidas como blancas o como les sucede ahora a las actuales generaciones que ya no denominan a sus hijos con nuestros propios nombres castellanos, sino que se empeñan en usar nombres anglosajones, por lo general mal copiados, peor pronunciados y hasta inventados, que en modo alguno riman con nuestros apellidos tradicionales. O bien, se cae en el error de negar la cultura que recibimos y que por lo tanto es también muy nuestra por derecho de herencia, para retroceder a una supuesta nacionalidad autóctona, que primero hubiera sido víctima de los conquistadores y posteriormente de nuestras nacionalidades hispano indígena.
Estos mitos no son leyendas innocuas, pues tienden a fomentar el odio entre hermanos y actualmente mantienen a un país suramericano al borde de una guerra civil. Una educación bien dirigida, en vez de atizar viejos odios y resentimientos, debe encaminarse a fomentar la convicción de que constituimos el producto de un mestizaje que dio luz a un pueblo y una cultura nuevas: una raza cósmica, como la llamó el mexicano José Vasconcelos, fundada en las claridades del espíritu y no en meros accidentes protoplasmáticos. De allí que, como dice ese mismo autor en el Prólogo de su “Breve Historia de México”, todo corazón bien puesto en esta América hispana debe sentir las glorias de la España creadora y de Italia y Roma, con predilección sobre los otros pueblos de la tierra, al tiempo que debe cobrar conciencia de nuestras especiales significación como cédula biológica dentro del vasto organismo de la humanidad.