"Ahí iba de todo, monos, nidos, árboles enormes, arbustos, iguanas, caimanes, todo revuelto iba a dar a enormes huecos que habían sido preparados con anterioridad; allí lo echaban todo y después lo tapaban con toneladas y toneladas de tierra. Así quedaban los terrenos listos para la siembra y los daños quedaban escondidos".
Esa historia se la escuché a un vagonetero que trabajó en Sarapiquí, en la preparación de terrenos para las piñeras.
Años después escuché a un tractorista contando historias semejantes, se trataba de un hombre realmente dolido por lo que había tenido que hacer en dos fincas en Pococí y en Siquírres.
"Yo estaba el día que le explicaron al dueño de los terrenos, con un mapa de la finca lo que se podía hacer y lo que no se permitía. Yo escuché cuando le dijeron hasta donde podíamos llegar con los tractores preparando el terreno, a qué distancia del río ya no podíamos tocar el bosque, no solo porque la ley lo establece sino porque aquel bosque era la barrera natural para evitar que con las crecientes el agua se fuera a las siembras. Pero el administrador tenía otro pensamiento, era un hombre malo, poseído por la ambición. Y resulta que el dueño de la finca terminó haciéndole caso al administrador que decía que la tierra es para sembrarla y que había que abrirlo todo para la plantación. Así se hizo, pero cuando vino la creciente el río inundó la siembra y lo perdieron todo. Pero el daño al bosque ya estaba hecho, ahí no hay vuelta de hoja."
"Esa otra vez fue terrible. Yo le dije al patrono que aquella área estaba llena de nacientes y le advertí de la obligación legal de protegerlas. Trazamos todo un plan para proteger las nacientes dejando el bosque intacto por más de cien metros a su alrededor.
También hablamos de dejar una zona protectora de la escuela, con una barrera natural que protegiera a los niños de los olores y las sustancias de las plantaciones. Nada se respetó; otra vez el criterio malvado del administrador fue lo que mandó. Por la noche metimos los tractores, una gran cantidad de tractores que lo arrasaron todo. Aquello daba miedo. Ahí iban toda clase de animales y plantas, árboles de todo tamaño. Eso sí, todo quedó bien enterradito. Al día siguiente nadie podía reconocer aquel lugar."
Así se escriben y narran estas historias cuyos protagonistas son personajes que sin ningún reparo en el daño que hacen, solo son motivados por una desmedida y enfermiza ambición. Con esa clase de gente nada se puede hacer si no es mediante la estricta aplicación de la ley. ¿Y quiénes son esos tan detestables personajes?
Traslademos la pregunta a quienes son los responsables de hacer cumplir las leyes ambientales en las zonas donde se escriben estas y otras historias de terror; y que estas denuncias sirvan de algo para detener semejante barbarie y de verdad vivamos en paz con la naturaleza.