Hasta fechas recientes, la teoría política y el derecho constitucional se habían ocupado fundamentalmente del –nación soberano, como único órgano del poder aunque innegablemente a partir de la finalización de la segunda guerra mundial, las organizaciones supranacionales han venido ganando importancia y asumiendo funciones que los estados soberanos tradicionalmente siempre habían reclamado como propias. Por ejemplo, cuando en febrero de 1991, las naciones unidas acordaron – sin un solo voto en contra – frenar la invasión a kuwait emprendida por el régimen Iraquí de Saddam Hussein, quedó claro ante todo el mundo que el combate al terrorismo es una tarea tan compleja e importante que no puede dejarse exclusivamente a los gobiernos nacionales, sino que exige una acción transnacional conjunta. No sabemos cual será exactamente el futuro del llamado estado – nación. Probablemente continuará siendo el principal órgano político en cada país, pero es evidente que paulatinamente muchas de sus funciones actuales serán delegadas o al menos compartidas con organismos e instituciones internacionales que necesariamente limitarán su poder soberano. Los futurólogos, esos enigmáticos vigías que pretenden develar el porvenir, nos aseguran que el orden político del futuro, será muy diferente del prevaleciente en los siglos pasados. Los países podrán continuar difiriendo en su tamaño, riqueza, leyes y credo político, pero a diferencia de lo que sucedía en el pasado, la soberanía de que gozaban dentro de su territorio ya no será absoluta sino limitada.
Esto implicará que ningún partido u organización política, cualquiera que sea la vía por la que halla accedido al poder, pueda mantener en un país, sistemas o credos ¨ad aeterno´, sin posibilidad alguna de modificar el ´estatu¨ quo, aunque el sistema imperante dañe a la comunidad internacional o repugne los principios del derecho natural que estado civilizado debe respetar, para merecer formar parte de la comunidad de las naciones. El marxismo constituyó en su momento un credo secular poderoso que prometía un paraíso comunista en la tierra y que obtuvo una firme base de operación en Rusia, ha partir de la revolución bolchevique de 1917 y la creación de la unión de repúblicas socialistas soviéticas, que inmediatamente después de la segunda guerra mundial se constituyó en una potencia mundial que durante la llamada ´guerra fría¨, le disputó a los Estados Unidos de América la hegemonía del mundo y a cuyo amparo surgieron otros ensayos de repúblicas comunistas en diversas partes del mundo. Hoy todo esto es cosa del pasado. El muro de Berlín se derrumbó y la unión soviética se desintegró, sin disparar un tiro. China, el otro coloso que había adoptado el credo marxista no ha adjurado formalmente de los evangelios marxistas, pero en la práctica los ha abandonado, adoptando esquemas económicos capitalistas. El marxismo colapsó bajo el peso de su propia inoperancia y hoy día solo sobrevive en unos cuantos regímenes tercermundistas, que se obstinan en mantener el sistema, por la vanidad y el interés de sus gobernantes, quienes, haciendo gala de un lamentable desconocimiento de las transformaciones ocurridas en el resto del mundo, mantienen a sus países estancados, al margen del movimiento de la historia que desde hace tiempo apunta en otras direcciones.
Cuales quiera que sean las formas de organización política que en el futuro se adopte, podemos estar seguros que el sistema centralista y autoritario del comunismo, que divide a la sociedad en capitalistas y proletarios, ha quedado obsoleto y cualquier sistema político, del matiz que sea, que pretenda asegurar el bienestar y el progreso de la humanidad a partir de una organización monolítica impuesta desde el nivel central ha quedado periclitado sin remedio. En su lugar, el perfeccionamiento de la sociedad ya no se verá como una prescripción política, sino mas bien como una meta y un deber de cada uno de los miembros de la sociedad, lo que nos hace esperar un retorno a la interioridad y a la responsabilidad individual. Al menos así lo esperamos.