Al celebrarse hoy el Día Internacional de la Familia vale la pena destacar no sólo la importancia de la institución familiar, sino comprender, además, por qué la familia debe ser la institución prioritaria a la que tiene dirigirse la acción social y económica de un Estado o un gobierno local.
La familia posee una estructura y una dinámica en la cual sus miembros son parte activa de los recursos que se les asignan, donde lejos de agotarlos están orientados a multiplicarlos. La familia no consume recursos, los invierte para luego devolverlos enriquecidos y renovados. De esta manera y en el mejor de los casos, la familia consigue inyectar a la sociedad un valor agregado especial: individuos cargados de habilidades sociales, personas comprometidas con valores profundos y permanentes, sensibles ante la responsabilidad de conservar la naturaleza y potenciar sus recursos.
Por ejemplo, la ecología humana nace en las familias donde se practica la responsabilidad y la austeridad con el uso de los bienes, lo que tendrá inevitablemente un impacto en lo económico y en lo social en un plazo determinado.
No existe una estructura social tan inteligente y estratégica como la familia. Esta funciona como agente de cambio social, es una escuela de humanidad y un espacio de solidaridad que permite el recambio intergeneracional tan necesario. La familia es la primera institución responsable de la educación de los hijos y de su formación como futuros ciudadanos. En ella nacen las identidades, los roles y responsabilidades que llevan a la persona o al ciudadano, a asumir su protagonismo activo en la sociedad, en el trabajo, en el grupo de baile, en el equipo de fútbol, en la reunión de amigos.
La familia es una institución natural que existe antes que el Estado e inicia a sus miembros en el compromiso con las normas justas, el cumplimiento de responsabilidades y obligaciones, y la búsqueda no solo de bienes placenteros sino de bienes arduos que exigen esfuerzo, constancia y disciplina. Esta introducción al compromiso es la que puede aportar el ingrediente cultural para que las conductas sean prohibidas a través de la ley.
Así como hoy procuramos que un Estado cuente con un desarrollo económico y social sostenible necesitamos que la familia también sea sostenible. Según la definición tradicional acuñada por Brundtland. ¨La sostenibilidad consiste en satisfacer las necesidades de la actual generación sin sacrificar la capacidad de futuras generaciones de satisfacer sus propias necesidades¨.
Una familia sostenible, por tanto, promoverá el bienestar de sus miembros sin comprometer el de sus descendientes, lo que implica para una sociedad mayor esperanza de vida; menores índices criminalidad; menos casos de violencia doméstica; y una disminución de enfermedades mentales, alcoholismo, drogadicción, entre muchas otras.
La reciente crisis económica nos ha llevado a una mayor sensibilización sobre los inconvenientes del crecimiento económico incontrolado. En consecuencia, hoy se propone que ¨bienestar¨ no se refiera sólo a la felicidad propia, sino también a la capacidad de contribuir a la felicidad de los demás. No está nunca directamente relacionado con la cantidad de dinero de que uno dispone, sino con lo que decida hacer con él.
De esta forma, la implementación de políticas familiares por parte de un Gobierno como el costarricense debería tener en cuenta no sólo su coste económico, sino también su coste social: su capacidad para contribuir a la felicidad de sus destinatarios que no son otros que los propios ciudadanos.
En la celebración del Día Internacional de la familia no queda nadie fuera de la fiesta. Tíos, hermanas, abuelos, primas, sobrino, cuñadas, yernos, amigos, suegros, madres, padres e hijas; todos tienen igual importancia en este festejo y a todos: ¡muchas felicidades!