El proceso electoral que acaba de concluir ha plasmado, de manera clara y contundente, la voluntad soberana del pueblo costarricense. Hemos cumplido con el sagrado deber del voto que nos impone la democracia que hemos construido a lo largo de nuestra historia.
Conviene, por eso, tratar de interpretar fielmente lo que los electores –hombres y mujeres- expresamos como mandato en las urnas electorales.
Una voz que se dirige a los favorecidos con la voluntad popular y a quienes no resultaron favorecidos con esa voluntad popular. Los costarricenses hablaron tanto a los que serán gobierno de La República, como a quienes encarnarán la oposición a partir del próximo 1º de mayo.
Sin estruendos, sin algarabía, casi en silencio y sin hacer ostentación de su color político, la mayoría marchó a los recintos de votación, para decir que ansiaba un gobierno que gobierne de verdad en nuestro nombre y una oposición que sea seria y responsable, que sea firme y vigilante, pero que permita gobernar.
El resultado electoral nos dice que la mayoría ansía superar esa división fatal que nos impide ponernos de acuerdo para que el país avance. Para que se hagan las cosas que urgen, que no haya obstrucción ni pérdida de tiempo y de oportunidades, para que sigamos por el rumbo del progreso y cambiando por la única vía realmente costarricense. Es decir, el camino del estricto apego al estado de derecho, el camino de la tolerancia de los criterios adversos, el camino de la solidaridad, el camino del diálogo real entre gobierno y oposición y del respeto incuestionable de la voluntad popular.
El próximo gobierno tiene la enorme tarea de plasmar en actitudes y hechos ese anhelo de unir al país, de tender puentes e insistir sin cansancio en el diálogo nacional que haga posible restablecer plenamente la gobernabilidad democrática, buscar sin desmayo una agenda plural donde todos podamos empujar hacia adelante.
Mucho de eso dependerá también de la oposición, que no solo esté dispuesta a hablar de diálogo, sino comprometerse a construirlo de verdad.
El costarricense, que vive una de las democracias más genuinas del planeta, aunque imperfecta, es un pueblo inteligente, con una cultura cívica madura, que se manifiesta, como en estas elecciones, cada vez más reflexivo, y menos propenso a ser manejado por la propaganda.
Unos y otros sabemos que tenemos un serio problema de pobreza y de equidad fundamental, entre otros grandes retos de soluciones pendientes, que solo podemos superar con trabajo, con creatividad, con competitividad, con innovación, pero también con verdadera justicia social, con mayores oportunidades para todos y con una mejor distribución de la riqueza.
Somos una sociedad despierta y atenta –en estado de alerta-, que sabe caminar sobre el riesgo, sin temores enfermizos, pero que será implacable, con unos y otros, si no se actúa conforme al claro mandato popular.