Nuevamente muchos estudiantes han vuelto a las aulas escolares y colegiales para enrumbarse, de la mano de las y los docentes, en ese fascinante viaje de cultivarse y prepararse en pos de un futuro profesional. Precisamente son esos docentes quienes tienen a su cargo el que estas enseñanzas repercutan en buenos frutos, a pesar de que, en muchas ocasiones, no se les reconozca plenamente su trabajo.
Para muchos el docente es un trabajador de la educación. Para otros, son esencialmente servidores públicos. Otros lo ven simplemente como un educador. También puede considerársele como un profesional de la docencia y todavía existen quienes los consideran una figura apostólica.
Aunque establecer la distinción pueda parecer una trivialidad, optar por una u otra manera de concebir al docente puede tener importantes implicaciones pues concebirlo, simplemente, como un trabajador de la educación o como un servidor público, se estaría en una comprensión desvalorizante del papel del docente.
Por otra parte, entenderlo como educador, puede resultar además de genérico, también poco claro, ya que en principio todos educamos y todos somos educados, sino recuérdese la referencia a la mítica imagen del docente “apóstol de la educación”, con una misión que al trascender lo mundano pierde una característica propia de todo servicio profesional.
En este sentido, la profesionalidad de la docencia hace referencia no sólo al tipo de actividad que realiza, sino también a la necesaria calificación y calidad profesional con la que se espera que lo haga.
Bajo este contexto el docente es un profesional quien debe poseer dominio de un saber pedagógico, comprende los procesos en que está inserto, decide con niveles de autonomía sobre contenidos, métodos y técnicas y debe elaborar estrategias de enseñanza de acuerdo con la heterogeneidad de los alumnos.
Además requiere organizar contextos de aprendizaje, e interviene de distintas maneras para favorecer procesos de construcción de conocimientos desde las necesidades particulares de cada uno de sus estudiantes.
Esta perspectiva profesional de expertos en procesos de enseñanza y aprendizaje, supone concebir a los docentes como actores sociales de cambios, como intelectuales transformadores, y no sólo como ejecutores eficaces quienes conocen su materia y poseen herramientas profesionales adecuadas para cumplir con cualquier objetivo sugerido o impuesto desde el sistema.
Su misión, definitivamente, es contribuir al crecimiento de sus alumnos y alumnas incorporando sus dimensiones biológicas, afectivas, cognitivas, sociales y morales.
Sencillamente su función debe ser la de mediar en el proceso por el cual niños y jóvenes desarrollan sus conocimientos, capacidades, destrezas, actitudes y cualidades, en el marco de un comportamiento que valora a otros y respeta tanto los derechos individuales como sociales.
De ahí que, el inicio de este nuevo curso lectivo, sea fecha propicia para insistir en la urgencia de que gobierno y sociedad le otorguen a la educación, en los hechos, la prioridad de calidad y pertinencia que alcanza en el discurso para que así las aulas sean, cada vez más, espacios abiertos a la palabra, el conocimiento, el diálogo, el aprendizaje y la creación.
Mas los docentes deben recordar, constantemente, que para realizar esta misión necesitan también creer y comprometerse con su apostolado, y en que es posible realizarlo bien, pues tales condiciones no sólo son indispensables, sino pasos trascendentales en la profesionalización de la docencia y en la construcción de una educación de calidad.
Los mayores éxitos a todos ustedes docentes en este nuevo curso lectivo. Ojalá que a pesar de los inconvenientes, cumplan con la sagrada misión de modelar excelentes educandos, y hacer patria, en el corazón y la mente de cada uno de sus estudiantes.
[audio src="/archivos_audio/COM 17-02-10.mp3"]