Por razones que no viene al caso detallar, tuve que ir a las oficinas del correo en el centro de San José y mientras hacía fila, me puse a observar que las y los funcionarios, por lo menos, en esa dependencia, son una mezcla de adultos jóvenes y mayores. No pude menos que reflexionar sobre la importante función social que cumple ese esquema laboral, por un lado, los jóvenes pueden aprender cómo realizar mejor sus tareas al lado de gente de experiencia, mientras que los mayores, tienen un trabajo que les permite dignamente ganar el sustento para sí mismos y sus familias.
En esta sociedad nuestra donde, desafortunadamente, se han perdido muchos valores, entre ellos, estimar y respetar a aquellas personas que por razones de edad, ya peinan canas, es importante destacar hechos como el que sirve para este comentario. Hay organizaciones que parecieran considerar que, tener adultos mayores en su planilla, les puede alejar al público. Con esta forma de pensar y actuar, renuncian a un recurso muy valioso como lo es la experiencia, cuidado sino mucho más relevante que un título profesional, que no esté amparado por la muy necesaria práctica.
Cuando uno lee los anuncios en cualquier periódico, cuyo objetivo es buscar eso que los expertos llaman Recurso Humano, la mayoría de las veces, uno de los requisitos, es no ser mayor de cuarenta años. Ante esto, no se pude menos que pensar en lo duro que es para cualquier persona, sentir que ya no es útil, simplemente porque pasó ese límite de edad, el cual por demás es prematuro y desvaloriza tanto la experiencia, como propio ser humano. Amén de ser una abierta violación del derecho al trabajo y a no ser discriminado, ambos consagrados en nuestra Constitución Política.
Y para ejemplificar lo que pretendo con este comentario sobre el drama humano veamos un caso. Una persona a los veintitrés años, ingresa a la laborar a una empresa en la cual permanece durante veinte años. A sus cuarenta y tres años, por razones de reestructuración organizacional es despedido. A pesar de contar con vasta experiencia y hasta títulos profesionales, ve con angustia como las opciones para conseguir un nuevo empleo, son muy reducidas.
Por otro lado, a pesar de haber cotizado al sistema de pensiones de la Caja Costarricense del Seguro Social por veinte años, no tiene ni el número de cuotas, ni la edad para pensionarse y al no conseguir un empleo formal, automáticamente, queda imposibilitado de continuar cotizando para una futura pensión y acceso a los servicios médicos que brinda la Caja Costarricense del Seguro Social. Esto a su vez, genera otra grave situación y es que al no tener derecho a una pensión, irremediable y angustiosamente, se pregunta ¿cómo sobrevivirá dignamente en su vejez?
El ejemplo anterior, nos evidencia tres consecuencias de una política laboral discriminatoria por razones de edad, una económica, una humana y una social. En unos veinte años, nuestra población laboralmente activa, por razones de número, va a estar constituida, más por adultos mayores que por jóvenes. Nuestro país debe tomar las previsiones del caso a través de una política pública integral, visionaria y solidaria.
Reitero mi reconocimiento a Correos de Costa Rica, por lo que parece ser una política institucional incluyente, solidaria y visionaria de utilizar los servicios de personas de todas las edades.