El 5 de mayo del 2006, La Nación me publicó un ensayo en donde comparaba las pérdidas que nuestro país había tenido con la cancelación de los contratos con Alcoa, a principios de la década de los 70, y con Harken, hace unos pocos años. En este mencionaba que en el primer caso se perdieron miles de empleos y toda la bauxita (aluminio), ya que hoy resulta impagable el precio de esos terrenos, convirtiendo la zona sur en la de mayor emigración del país. Sin embargo, la mayor pérdida fue la posibilidad de construir la represa hidroeléctrica de Boruca. Con la electricidad que se hubiera necesitado para fundir el aluminio y con la electricidad que hubiéramos podido exportar a Centroamérica, se hubiera podido cancelar el costo de la represa en 10 años.
Cuando el presidente ejecutivo del ICE, Ing. Pedro Pablo Quirós Cortés, nos dice que el país perderá millones de dólares, esta vez no por el precio de los combustibles, sino por los apagones del próximo verano, todos los costarricenses seguiremos pagando, luego de 30 años, los daños que entonces nos inflingieron unos pocos cabezas calientes. Estos son los mismos que, a pesar del referendo, se opusieron tercamente a la aprobación del TLC.
Aquellos que entonces quebraron los vidrios de la Asamblea Legislativa, permanecen hoy mudos ante los daños que entonces causaron y que aún se proyectan hasta nuestros días. Igualmente, estos mismos cabezas calientes son los que provocaron el retiro de la compañía bananera en Golfito, la cancelación del contrato petrolero con Harken y hoy en día son los que se oponen a la explotación de nuestra riqueza en la zona norte, en el proyecto denominado Las Crucitas. Eso sí, ninguno de ellos ha propuesto nunca alguna fuente de trabajo o de riqueza para los trabajadores que dicen defender.
Al igual que lo hicieron ayer, ninguno aparecerá para socorrer a las 250 familias de los trabajadores que se quedarán sin trabajo. Posiblemente, lo único que harán algunos, como ya lo hicieron en el pasado, será poner una garrotera (financiera) para prestarle el dinero a los afectados, para pagar a los coyotes para que los lleven a Estados Unidos (sic) a trabajar.
El filósofo alemán Hegel nos decía a principios del siglo pasado que “la historia nos enseña que el hombre no aprende nada de la historia” y, de la misma manera, el historiador moderno Arnold J. Toynbee decía que “los pueblos que no aprenden de sus errores están condenados a repetirlos”.