En las próximas cuatro décadas, satisfacer la demanda de los 9.100 millones de habitantes del planeta exigirá producir un 70 por ciento más de alimentos que hoy. Por tanto, a no ser que tomemos ahora las decisiones adecuadas, nos arriesgamos a que el día de mañana la despensa mundial esté peligrosamente vacía.
Sobre todo porque en los próximos años el sistema alimentario mundial debe hacer frente al creciente desafío del cambio climático y también afrontar plagas y enfermedades transfronterizas más graves que afecten a animales y plantas. Al mismo tiempo, el sector tendrá que hacer frente a una reducción de la mano de obra agrícola y a una mayor competencia por la tierra y los recursos naturales, incluyendo la procedente del sector de la bioenergía.
Nuestra respuesta a estos desafíos determinará cómo podremos alimentar al planeta el día de mañana. Pero igual de importante es ocuparnos de que la gente esté alimentada hoy. Esto supone acabar con la difícil situación de 1 020 millones de personas que actualmente sufren malnutrición, actuando de forma decidida para erradicar el hambre completa y rápidamente.
Con la Revolución Verde del pasado siglo, el mundo consiguió evitar una hambruna masiva en Asia y América Latina en la década de 1970, aumentando la inversión en agricultura. Hoy, al afrontar un desafío similar, necesitamos además usar de una forma más eficiente la energía, los insumos químicos y los recursos naturales, y centrarnos más en las necesidades de los pequeños campesinos y las familias rurales.
Un reto importante será el del agua, ya que necesitaremos de forma simultánea ampliar la superficie de regadío usando proporcionalmente menos agua. La clave para cuadrar este círculo reside en la captación y almacenamiento de aguas y en técnicas que mejoren la eficiencia en el uso del agua y la humedad del suelo.
A medida que disminuya la población rural y agraria, la agricultura será cada vez más intensiva en capital –y conocimientos – para producir más alimentos y de mayor calidad para una población urbana más rica y numerosa. Por tanto, se necesitarán inversiones importantes porque los futuros aumentos de la producción deben proceder casi en su totalidad de incrementos sostenibles de los rendimientos y de una mejor intensidad de cultivo, más que de un incremento de la superficie cultivada. De allí también la importancia de invertir en investigación y desarrollo. Los campesinos necesitarán también capacitarse para aprender nuevos métodos y tecnologías, y ello requerirá invertir en educación y extensión agraria.
Pero ni la financiación ni las cosechas récord serán capaces por sí solas de asegurar que todas las personas tengan acceso a los alimentos que necesitan. Si la gente pasa hambre hoy no es porque el mundo no esté produciendo suficientes alimentos para todos, si no porque éstos no son producidos por el 70 por ciento de las personas pobres, cuyo principal medio de vida es la agricultura y paradójicamente no tienen lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas de alimentación.
Por tanto, alimentar a todo el mundo en 2050 requerirá también de estrategias de reducción de la pobreza, redes de protección social para productores y consumidores y programas de desarrollo rural. Se necesitará una mejor gobernanza y el establecimiento del modelo de condiciones socio-económicas que mejore el acceso de la gente a los alimentos. También es importante una reforma del sistema de comercio agrícola de forma que no sólo sea libre, si no también equitativo.
Estos temas estarán presentes en los debates de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria que se celebrará en Roma del 16 al 18 de noviembre, y en la que los Jefes de Estado y de Gobierno de los 192 Estados Miembros de la FAO tomarán decisiones importantes sobre las políticas y estrategias que aseguren que todo el mundo tenga comida suficiente hoy y mañana.
En 2050 qué comer dejará de ser un problema para muchos de los que ya tenemos una cierta edad. Pero considero que es mi deber, como seguramente también es el nuestro como comunidad global, hacer todo lo que esté en nuestras manos para desterrar el fantasma del hambre para siempre y asegurar que nuestros hijos y nietos puedan comer dignamente y disfrutar de una vida saludable.