Lunes, 15 Marzo 2010 18:00

15 emisoras surcan la patria democratizando la educación

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Creo en la radio. Es un medio amistoso. La gente nunca se siente intimidada por la radio, como sí ocurre con la televisión. Es un medio que permite la participación. Alguien toma un teléfono, opina, denuncia, critica, cuestiona, o bien, enaltece, pondera una situación, pide explicaciones o pregunta. A la radio no le importa el acento de la persona, o si sabe construir una frase correctamente o formular muy bien una pregunta. En ese sentido, le gana la batalla a la prensa escrita, en la que hay que tener cierta estatura académica o cultural para ingresar con artículos. La radio no hace diferencias. Es democracia pura.

Creo en la radio porque es como los maestros de las escuelas unidocentes: va donde lo necesiten, y no le importa si son dos personas o quinientos o miles quienes le escuchan.

Así como hay maestros que llegan a todos los rincones del país, las emisoras culturales llegan hasta donde la educación necesita que le echen una mano. Y la radio es una excelente maestra porque construye conocimiento a partir de la imaginación.

En nuestro caso, esto ocurre con mayor frecuencia gracias al Instituto Costarricense de Educación Radiofónica (ICER) que tiene 15 emisoras en rincones muy importantes, emblemáticos y simbólicos de la patria.

Al norte del país, hay emisoras del ICER en La Cruz, el cantón fronterizo; Nicoya, el cantón de lo indígena en Guanacaste; Tilarán, el cantón más particular y distinto de esa provincia; Upala y Los Chiles, los cantones más pobres de Alajuela; Maleku, la comunidad indígena de esa provincia, y Pital, demostración de que en Costa Rica hay emisoras hasta en distritos. En el norte del país, la radio ataca a la discriminación y el abandono social.


Al sur del país, Pérez Zeledón, el valle de gente ejemplar, donde, a pesar de todo, se expulsa a la gente para Estados Unidos por la falta de oportunidades en el agro; donde no hay tanto turismo como se lo merece ese cantón encantador, con el Chirripó y decenas de cataratas entre sus tesoros; también hay emisora en Boruca, en la tierra de la Danza de los Diablitos; en Buenos Aires, el segundo cantón más pobre de Costa Rica, y en Corredores, otro cantón fronterizo. Al sur, la radio le da la mano a una región distante y en el olvido. Al centro del país, en Los Santos, esa región bella y verde, mágica y espléndida, con esas tierras quebradas, con la esbeltez en los cerros y en los árboles, pero cada día con más gente que sale en busca del sueño americano, y en Puriscal, puente entre lo rural y lo urbano, entre la cultura del Valle Central y la costa, tierra de artistas y cuna del arte campesino. En el Caribe, en Turrialba, porque Turrialba es del Caribe aunque la hayan impuesto en Cartago, y Turrialba tiene los templos antiguos más bellos de Costa Rica, ríos plateados y misteriosos, el canto del volcán, los valles, los encantos naturales no reconocidos por el sector turismo y cuenta con ese abismo que significa tener el distrito más pobre de Costa Rica, Chirripó, el distrito indígena de  comunidades como Grano Oro, Moravia y Paso Marcos. Finalmente, hay una emisora en Amubri, donde todavía hay que llegar cruzando un río en panga, en bote, porque no hay puente. En Amubri hay dos héroes, el Padre Bernardo, con 40 años en esa comunidad indígena, y la emisora del ICER. Me impresioné muchísimo el día que visité esa emisora después de caminar varias horas bajo el sol inclemente del trópico húmedo. Llegó la radio primero que el puente.

Me siento muy orgulloso de decir que conozco 2700 comunidades de Costa Rica. Sólo me falta conocer la Isla del Coco. Primero fui a tomar fotos de iglesias. Ahora fotografío escuelas y pulperías. Pero siempre, hace cinco años o ahora, sin falta, en los pueblos me encuentro con que la radio llega como la luz del sol, se mete por las rendijas, le gana el pulso a la distancia y al tiempo. El ICER es un excelente ejemplo de cómo la radio llega hasta donde sólo llegan los maestros. La radio es una gran aliada de la educación, de la cultura campesina y de la democracia allí donde parece que se devuelve el viento.