Juana: Buenos días mamá, ¿cómo amaneció?
Mamá: Juana, ¿qué hace despierta tan temprano? Me sorprende.
Juana: Ahh, es que quedé con Ana de vernos temprano para ir a donde el padre Alonso.
Mamá: Pues me alegro. Qué dicha que van para allá.
Hágame el favor y le lleva al padre este pan de maíz que hice anoche. Se lo había prometido hace días y no se lo había enviado.
Juana: Está bien, mamá. Con gusto.
Narrador: Juana desayunó rápidamente, para poder verse temprano con Ana. Antes de irse, se acordó de la muñeca. Aunque se imaginaba que no la iba a encontrar, decidió que era mejor no tentar al destino. Juana buscó por entre la ropa y los trapos, en caso de que estuviera todavía ahí. Cuando se aseguró que no era así, salió de su casa y empezó a caminar a la casa de Ana.
Juana: Allá viene Ana, qué dicha, así no nos atrasamos.
¡Ana, Ana!
Ana: ¡Juana! Pero… ¿y la muñeca?
Juana: Otra vez no apareció.
Tenemos que rápido otra vez al bosque y después nos vamos a donde el padre Alonso.
Narrador: Las niñas corrieron de nuevo hasta el bosque, y esta vez ni se sorprendieron al ver la muñequita, una vez más, sobre la piedra.
Ana: Juana, ¡ahí está otra vez! Es increíble…
Juana: Busque usted la muñeca, que yo tengo que guardar bien este pan que mandó mi mamá.
Narrador: Una vez con la muñeca en sus brazos, Ana y Juana comenzaron su camino a la parroquia de la comunidad, donde esperaban encontrar al padre.
Ana: Juana, al final nunca me explicó por qué vamos con una muñeca donde el padre.
Juana: Vea Ana, usted sabe que mi familia es muy religiosa, ¿verdad?
Ana: Por supuesto, todo mundo lo sabe. Yo me acuerdo el año pasado qué linda la procesión coordinaron sus abuelas. Estuvo muy bonito.
Juana: Pues ellas, una vez me hablaron de apariciones… Apariciones de la Virgen a diferentes personas.
Ana: Juana, pero… entonces ¿usted cree que esta imagen es la Virgen apareciéndosele?
Juana: Ana, yo la verdad ya no se ni qué creer. Por eso prefiero llevársela al padre, para que el nos diga qué esta pasando.
Narrador: El padre Alonso de Sandoval era el sacerdote de la comunidad de Los Pardos. A pesar de su joven edad, había logrado ganarse el cariño de todos los vecinos, y visitaba por lo menos un par de veces a la semana a las mujeres que trabajaban durante el día en sus casas.
Su labor no era muy difícil. Por la situación socioeconómica en la vivía la comunidad, la iglesia era muy modesta, así como la casa parroquial. Sin embargo, tenía mucha participación de la comunidad en todas las actividades que realizaban.
Juana: ¡Padre Alonso! ¡Padre Alonso!
Padre: ¿Quién está ahí?... ¡Juana Pereira!
¿Cómo me le va, hija? Ana, ¿cómo está usted también?
Juana: Muy bien, ¿y usted padre?
Por cierto, antes que se me olvide, acá le mandó mi mamá este pan de maíz.
Padre: Ahh muchas gracias Juana. Agradézcale a su mamá de mi parte.
Ahora, ¿en qué les puedo ayudar, niñas? Me imagino que no vinieron hasta acá sólo para darme este pan.
Juana: Ay Padre, viera la historia que tengo que contarle.
Es de esta muñequita que tenemos acá.
Narrador: Así, Juana empezó a contarle al Padre Alonso todo lo que había sucedido, desde la primera vez que había visto la muñeca hasta sus misteriosas reapariciones en la piedra.
Padre: La verdad, no se de qué podrá tratarse. Déjeme la muñeca acá. Vea, vamos a ponerla en esta caja, a ver qué pasa, pero dudo que pase algo, Juana.
Vaya donde su mamá, que probablemente debe estar muy preocupada.
Juana: Pero padre, usted no entiende--
Ana: Padre, está diciendo la verdad, yo lo he visto.
Padre: Niñas, ustedes tranquilas. Vayan a su casa.
Ana: ¿Y ahora?
Juana: Ya oyó al Padre, Ana. Vamos.
Narrador: A las niñas no les quedó más que irse para su casa. Cuando Juana llegó le contó a la mamá lo que había pasado. Aunque la mamá estaba poco convencida, al igual que el padre, le dijo que la muñeca y su misterio eran ahora problema del padre Alonso.
Lo que el padre no sabía era qué tanta razón tenía Juana sobre la dichosa muñequita.