Estamos ante un caso inédito en la historia de la vida democrática de la patria. ¿Y qué si una vez más se equivocaron las encuestas que fallaron estrepitosamente en la primera ronda? La única medición valida es la que emerge de las urnas, ahí se manifiesta el soberano, que muchas veces calla ante la intromisión de investigadores que procuran hurgar en algo constitucionalmente secreto como lo es el voto.
Alegar falta de fondos es una falacia en un país donde abundan las tribunas gratuitas, los medios de comunicación, más que la publicidad pagada, permitieron conocer y decantar a los aspirantes durante la primera ronda, ni que decir de las redes sociales, donde posiblemente comenzó el descalabro, para alguien que en algún momento dijo desconocer el precio de un “casado” o de una caja de leche, dos productos populares que se alejan de los labios de los habitantes de una Costa Rica cada día más desigual.
¿Puede un candidato por sí darle la espalda a los electores ignorando la estructura de un partido político que lo elevó a tan alto pedestal? O por el contrario ¿está inhabilitado de llevarse a casa una bola que no le pertenece ni por asomo?
Para algunos, el misterio de lo que ronda en la cabeza de un candidato que constitucionalmente está inhibido de renunciar, es más intrigante que el avión con centenares de pasajeros extraviado durante su travesía a la China.
Es tiempo de revisar el marco jurídico y castigar a los desertores en un país que renunció a la armas, confiado en el mandato supremo de los votos.
El resultado de varias encuestas fue en apariencia el detonante para que uno de los aspirantes mayormente votados en las justas electorales de febrero último, decidiera quedarse en casa, silencioso, agazapado. Quien hasta hace unos meses pedía por todos lados que lo contrataran, de repente abandona la construcción ante la sorpresa de peones, albañiles y carpinteros y lo más grave, le da la espalda a una nación que sacrifica dineros que no abundan, para financiar el ejercicio supremo del derecho al sufragio.