Este cuento Navideño nos llega gracias a la colaboración de la oyente Priscila Vargas y dice así:
Fría y ventosa la mañana, entraban y salían cientos de personas anónimas de una institución bancaria en nuestra capital. Lloraba en la puerta una señora, bajo la mirada de sus hijos pequeños, que sin comprenderlo todo entendían la gravedad de lo que ocurría.
Su madre, que apenas sabía cómo operar un cajero automático de los hoy tan comunes, acababa de perder su tarjeta de débito, la que había sido “tragada” por el dispositivo. Pero era 30 de mes; y si no efectuaba el pago de su casa ese día, llegaría la orden de desalojo. Ya de cualquier modo iba tarde en los pagos; había sido un año duro, en medio de la “crisis financiera” de la que hablan los periódicos, y del “no me alcanza” que se vive en las calles.
Los llantos se iban con el viento; tan inútiles como mudos ante los oídos sordos de los apurados transeúntes. Ahí iba el ingeniero, el abogado, el maestro, presurosos todos por llegar a sus trabajos. Pasó también la panadera y la encargada de la floristería, pendientes de la hora de abrir sus negocios. Y claro, no faltó el joven que con su “Ipod” no necesitaba oír más allá de sus audífonos.
Pero pasó también don Juan, quien escuchó a los llantos de Ana.
Juan: Qué te pasa, mujer? Por qué lloras? Las lágrimas no arreglan nada, sígame.
Narradora: Sin entender bien lo que ocurría, pero sin opción mejor, Ana siguió a Juan, quien era un directivo del Banco. Juan pidió ayuda a sus amigos de Banca Empresarial, para que recuperaran la tarjeta de la señora en ese mismo instante. Entre las muchas medidas de seguridad propias de cualquier banco, y la burocracia propia de la mayoría de ellos, resultó “imposible” la misión. Ana nuevamente a punto de derrumbarse vio a Juan tomar uno de sus cheques personales y llenarlo con los datos de su deuda: monto y nombre del casero, no había error.
Juan: Pague de inmediato y vaya a casa en calma; sus hijos la necesita
Narradora: Sin saber si estaba más agradecida o más confundida, sin saber si soñaba o si solo vivía en un mundo que aún cuenta algunas personas buenas, esa fue una noche feliz para Ana.
Juan: Págueme cuando pueda. Estos señores me conocen y me harán llegar su pago.
Narradora: Transcurrieron los días de rigor para recuperar la tarjeta; completó el trámite respectivo, y volvió a honrar su deuda. Ana volvió a Banca Empresarial.
Cajero: No se preocupe doña Ana; nos encomendó Juan indicarle que usted no le debe nada: que se deje ese dinero, que fue su regalo de Navidad para usted y su familia. Úselo bien, y vaya en paz.
Narradora: Brillo entonces el Sol… no, más bien la Luna… qué importa… brilló el Amor. Que brille también en usted, esta Navidad.
Cuento de nuestra autora Priscilla Vargas.
Este cuento Navideño nos llega gracias a la colaboración de la oyente Priscila Vargas y dice así:
Fría y ventosa la mañana, entraban y salían cientos de personas anónimas de una institución bancaria en nuestra capital. Lloraba en la puerta una señora, bajo la mirada de sus hijos pequeños, que sin comprenderlo todo entendían la gravedad de lo que ocurría.
Su madre, que apenas sabía cómo operar un cajero automático de los hoy tan comunes, acababa de perder su tarjeta de débito, la que había sido “tragada” por el dispositivo. Pero era 30 de mes; y si no efectuaba el pago de su casa ese día, llegaría la orden de desalojo. Ya de cualquier modo iba tarde en los pagos; había sido un año duro, en medio de la “crisis financiera” de la que hablan los periódicos, y del “no me alcanza” que se vive en las calles.
Los llantos se iban con el viento; tan inútiles como mudos ante los oídos sordos de los apurados transeúntes. Ahí iba el ingeniero, el abogado, el maestro, presurosos todos por llegar a sus trabajos. Pasó también la panadera y la encargada de la floristería, pendientes de la hora de abrir sus negocios. Y claro, no faltó el joven que con su “Ipod” no necesitaba oír más allá de sus audífonos.
Pero pasó también don Juan, quien escuchó a los llantos de Ana.
Juan: Qué te pasa, mujer? Por qué lloras? Las lágrimas no arreglan nada, sígame.
Narradora: Sin entender bien lo que ocurría, pero sin opción mejor, Ana siguió a Juan, quien era un directivo del Banco. Juan pidió ayuda a sus amigos de Banca Empresarial, para que recuperaran la tarjeta de la señora en ese mismo instante. Entre las muchas medidas de seguridad propias de cualquier banco, y la burocracia propia de la mayoría de ellos, resultó “imposible” la misión. Ana nuevamente a punto de derrumbarse vio a Juan tomar uno de sus cheques personales y llenarlo con los datos de su deuda: monto y nombre del casero, no había error.
Juan: Pague de inmediato y vaya a casa en calma; sus hijos la necesita
Narradora: Sin saber si estaba más agradecida o más confundida, sin saber si soñaba o si solo vivía en un mundo que aún cuenta algunas personas buenas, esa fue una noche feliz para Ana.
Juan: Págueme cuando pueda. Estos señores me conocen y me harán llegar su pago.
Narradora: Transcurrieron los días de rigor para recuperar la tarjeta; completó el trámite respectivo, y volvió a honrar su deuda. Ana volvió a Banca Empresarial.
Cajero: No se preocupe doña Ana; nos encomendó Juan indicarle que usted no le debe nada: que se deje ese dinero, que fue su regalo de Navidad para usted y su familia. Úselo bien, y vaya en paz.
Narradora: Brillo entonces el Sol… no, más bien la Luna… qué importa… brilló el Amor. Que brille también en usted, esta Navidad.
Cuento de nuestra autora Priscilla Vargas.