Dice un antiguo proverbio chino que, mejor que regalar un pescado, es enseñar a pescar.
Esa es la máxima que guía a los talleres laborales protegidos para personas con discapacidad.
Allí, cientos de jóvenes son algún tipo de discapacidad, particularmente retardo mental, cuentan con un trabajo que les permite tener una fuente de ingresos y así apoyar a la economía de sus hogares.
Los que antes demandaban atención y constantes cuidados de sus familias, son hoy muchachos y muchachas que generan dinero para el presupuesto familiar.
Las personas discapacitadas han sido discriminadas en nuestro país, sobre todo en las oportunidades de empleo.
Tres de cada dos discapacitados en edad laboral esta desempleado.
Esos son casi ciento cincuenta mil costarricenses que no tienen trabajo.
El programa de los talleres laborales protegidos es un esfuerzo para ayudar a esos jóvenes para que allí desarrollen sus capacidades y logren insertarse en el mercado laboral.
Estos talleres se han promovido desde hace treinta años, a cargo de organizaciones no gubernamentales, y son apoyados por el consejo nacional de rehabilitación.
Actualmente hay quince talleres laborales.
Están en varias ciudades, entre ellas Limón, Alajuela, Cartago, Atenas, Pérez Zeledón, Zarcero, Santa Ana y Heredia.
En el área metropolitana hay en Hatillo, San Francisco de Dos Ríos, y Tibás.
Algunos de estos talleres tienen contratos para proveer servicios a empresas, como el montaje y empaque de diversos productos.
Pero como todo, estos talleres son insuficientes para atender a toda la población discapacitada.
Por un lado se necesitan más talleres, y por otro, que empresarios de buen corazón les otorguen contratos para la ejecución de tareas que estén al alcance de esos jóvenes.
Estos miles de costarricenses merecen que les demos una mano, y nada mejor que ponerlos a trabajar.