Miércoles, 21 Agosto 2002 18:00

Los viejos amigos

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Cuando pasan los años, y los hijos se van de la casa para formar su hogar, algunos se separan del hogar donde se formaron y donde vivieron junto a sus padres tantos momentos inolvidables. Por ventura, las maravillas de las comunicaciones nos hacen sentirlos a la par nuestra, y a veces la nostalgia nos invade, pues ya vuelan solos y muy alto, como debe ser según la ley de la vida. Pero, ¡que bendición son los viejos y leales amigos! Una llamada telefónica, aunque sea para preguntar “¿como estas?”, “¿que hay de nuevo, viejo?”, “acordate que quedamos en reunirnos” Luego se conversa un rato de los asuntos de común interés, y al rato un “hasta luego, cuidate”. Y si nos enteramos de que ese amigo, a quien creíamos que estaba muy pura vida”, padece de un problema de salud que puede ser serio, pues con una llamada comprobamos que el asunto no es tan serio y podrá acompañarnos en la planeada reunión. Y así sigue la vida, acompañados ahora más que antes, por ese grupo más cercano, con el que nos reunimos a veces todas las semanas, y aunque cada vez nos veamos más viejos, cada vez somos más solidarios. Todos tenemos esos amigos a los que no hemos visto en años, y cuando los podemos abrazar, es como si el día anterior hubiésemos conversado, excepto por unos pocos detalles, pero es el mismo afecto, lo único que el tiempo no ha podido arrugar. El valor de la amistad es comprender que los defectos del otro son más pequeños que los míos, y ¡que suerte la mía! de llegar a viejo con este tesoro de amigos Algunos son amigos de la juventud, a otros el destino me hizo conocerlos ya viejo, pero igual disfruto su calidad humana y su compañía. Algunos, sin poder decir adiós, se van y dejan un dolor en el alma, pero sin los leales y viejos amigos, ¡que amargo sería pasar los últimos días en esta tierra! Colaboración del licenciado Rafael Villegas Antillón.