Miércoles, 09 Abril 2008 18:00

¿La carne o la papa?

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Los científicos que han estudiado la evolución humana han coincidido durante años que la alimentación jugó un papel importante en impulsar el desarrollo del cerebro de nuestros antepasados y su transformación en seres humanos.

La teoría más aceptada hasta hace poco era que ese combustible evolutivo había sido la carne, porque habría permitido consumir grandes cantidades de proteína en poco tiempo y con poco volumen.

Par justificar esa suposición, los científicos se basaban en el avance de los pueblos cazadores recolectores comparados con otras civilizaciones similares

Sin embargo, ahora se conocen cosas que hacen dudar de esa opinión, sobre todo por el análisis de las dietas de los pocos pueblos que aún viven como cazadores recolectores.

En efecto, esas gentes comen sobre todo semillas y frutos que encuentran durante sus viajes, y solo de manera ocasional consiguen cazar un animal para alimentarse, por lo que la posibilidad de que hayan existido antepasados nuestros que comieran exclusivamente carne es cada vez más dudosa.

Pero los argumentos mas fuertes en contra de la carne y en favor de la papa y otros tubérculos como combustible de nuestra evolución han aparecido del estudio de nuestros genes.

Los humanos tenemos muchas más copias del gen que controla la capacidad de digerir harinas ricas en calorías. Este gen, llamado el AMY1, permite que nuestra saliva contenga una encima que disuelve el almidón, y abunda más en pueblos que consumen muchas harinas.

Por ejemplo, los japoneses, cuya dieta es a base de arroz, tienen muchas copias del gen AMY1, mientras que los pueblos del ártico que se alimentan de pescado, focas y ballenas tienen menos copias de este gen.

Entonces ahora se extiende la teoría de que no fue la carne, sino la papa y otras raíces, las que dieron a nuestros antepasados la energía suficiente para desarrollar su cerebro, el que terminaría siendo su arma más poderosa.

Reafirman esta explicación, el hecho de que otros animales que comen raíces como parte importante de su dieta, comparten con nosotros tienen un patrón químico muy similar al de los fósiles de nuestros antepasados.

Y cuando esos grandes primates descubrieron el fuego y aprendieron a cocinar los tubérculos, pudieron extraerles muchas más calorías a esos alimentos, lo que aceleró aún más la evolución de su cerebro.

Por ahora, esta nueva explicación de nuestra evolución diferente al resto de los grandes primates luce prometedora, pero antes de aceptarla como la verdad absoluta, aun deberemos esperar que estos hallazgos se confirmen por otras fuentes.