Hace unos dias fue celebrado el “Día de la Libertad de Expresión” en Costa Rica ¡Qué bien!
Sin embargo, ¡Qué mal, también! Pues con “celebraciones” poco o nada hacemos para evitar los asesinatos que, en Costa Rica, y otros muchísimos rincones del mundo, se han perpetrado por ejercer ese derecho fundamental.
Hace unos dias, el pasado 3 de setiembre, y como “recordatorio” de que, en este país otrora pacífico, nadie puede hablar o pensar libremente, un asesor gubernamental, por poco pasa a formar parte de la lista de los “acallados por una bala asesina”.
¿Su pecado? Haber sido dirigente de una de las tendencias que surgieron con motivo del referendo del TLC. Ese es el motivo, por exclusión, que maneja las autoridades judiciales por semejante acto, donde una ráfaga de balas por poco le cuesta la vida a este costarricense.
Por ello, lo del “día de la libertad expresión” no puede quedarse en actos protocolares de un reducido círculo, pues en su sentido amplio lo que está de por medio, como en aquel vil ataque, es la violación y amenaza a la libertad de pensamiento, que, como un todo, junto a la libertad de prensa, son vitales en un verdadero estado de derecho.
Todo ciudadano costarricense tiene, constitucionalmente, garantizado el ejercicio de decir lo que, dentro del límite de los derechos de los otros, sabe que puede decir. Y ese expresarse supone, necesariamente, una parte receptora pues las libertades se ejercen respecto del “otro”, pues sino deja de ser, jurídicamente tal, para pasar a ser “libertad de conciencia”, en el sentido de no pasar más allá de un pensamiento silente y privado, solo “para mis adentros”.
Lo anterior, como la libertad de culto, no deja de ser esencial pero cuando lo pensado es expresado públicamente, para “los demás”, es cuando la libre expresión toma efectivo “sentido” y, muchas veces, literalmente, un asunto de vida o muerte.
¿Valdrá la pena arriesgarse tanto? Y ello no por perder la vida, sino por dejar en el más absoluto desamparo y en el más inmenso dolor a hijos y, en general, a una familia de quien sólo quería expresar su pensamiento libremente pero que “no midió” las consecuencias de ello, al hacerlo en un país cuyo sistema legal, incluido lo judicial, está atrofiado y donde la protección eficaz del Estado es totalmente nula.
¿Valdrá la pena arriesgar tanto? No sé pero a como andan las cosas con esta, cada vez peor, inseguridad, añejo pan de todos los días, quizá va siendo hora de pensarlo más de dos veces para salir, públicamente, a decir lo que uno piensa.
¿Será mejor callar, antes de pasar a ser parte de la cifra de quienes se atrevieron a expresarse, a pesar de amenazas, tan directas como la señalada? ¿Será la hora de apagar esta “máquina de letras”, desde donde sale la esencia de lo más profundamente humano? Seguro que habrá que meditar el asunto, a conciencia, antes de perderla para siempre.