Para muchos no es un secreto que nuestra población aumenta en edad, y que los avances médicos no sólo prolongan la vida, sino que mantienen su calidad, incluida la neuronal.
Pese a que esto asegura, en cierta medida, la experiencia generada por los adultos, es increíble que en muchas empresas, organizaciones y hasta partidos políticos, no quieran aprovecharla. Actualmente se anda a la caza del joven, sin importar muchas veces si tiene la capacidad o no, aunque se disponga de gente más preparada, pero, con más edad.
Esta fiebre por una juventud informatizada, posiblemente de reacciones más rápidas y mayor resistencia física e incluso mental, constituye, en muchos casos, una cuestión de imagen.
Por ejemplo, a muchos les alegra contemplar personas “de buena apariencia” en ciertos lugares de trabajo, aunque la calidad de servicio no sea la mejor. Esto no quiere decir que la juventud sea mala, pero independientemente de la edad, lo que debería primar es la excelencia en el cumplimiento de funciones.
¿Cuántas veces vemos estudiantes quienes no resisten ni dos horas de clase, o empleados jóvenes que ya, a mediados de semana, se encuentran agotados por las labores que deben desempeñar? Por eso la edad responde más a actitudes frente a la vida, a lo que se espera o desea, que a los mismos años.
Sentirse con perspectiva y conocimiento de la vida, ser productivo, contribuir en servicios o bienes a la sociedad, comprometerse con el oficio ejercido, tener una disposición positiva y dinámica ante el trabajo, va más allá de la edad, es asunto de querer hacerlo conciente y responsablemente.
El problema es que, definitivamente, el mundo en el que vivimos nos bombardea a diario con mensajes que vinculan a la juventud con el éxito, la felicidad o la plenitud, y a la vejez con la enfermedad, el deterioro y la pasividad. Falsos mitos que a fuerza de ser repetidos calan en el subconsciente colectivo y distorsionan la imagen de las personas mayores.
Por tanto, los mayores, los ancianos, quienes en otras épocas significaron autoridad y ejemplo, se relegan ahora al silencio, a las jubilaciones, a la mera indiferencia. Su presencia resulta incómoda y la sociedad se limita a agradecer servicios prestados en lugar de solicitar otros para los que, sin duda, resultarían eficaces.
Ciertamente la juventud sigue en alza en detrimento de la experiencia de las generaciones anteriores, y esto será muy difícil de erradicar. Lo que sí se puede hacer, entonces, es evitar que esta percepción se vuelva una acción normal, pues las personas pierden conciencia de que el trato diferencial, por razón de la edad, constituye una de las mayores discriminaciones de nuestra sociedad.
Contraponer juventud y experiencia, en la actualidad, resulta una posición sumamente arcaica; por eso, ¡que no interesen los años!
Conviene, más bien, unir a jóvenes con personas de mayor edad para favorecer el acceso de todos a mayores responsabilidades. Convivir es formar individuos con mentalidades abiertas y respetuosas, en donde unos aprenden de los otros. Porque el futuro, sin duda, será de los jóvenes de hoy, cuando ya no lo sean…