Hace unos días me relataba una de mis estudiantes que cuando ella era niña la persona a quien más admiraba era su hermano Marcos porque pensaba que era perfecto. Sin embargo, un día todo cambió. Sus padres recibieron una llamada del colegio por parte del director solicitándoles su presencia pues su hermano, durante la clase, había incendiado un basurero.
Con ese acontecimiento empezó una dura y larga batalla para su familia. Llevaron a Marcos al psiquiatra, y después de muchas pruebas, lo diagnosticaron con una enfermedad mental: la esquizofrenia.
Según relata mi alumna, ella llegó a estar furiosa con Marcos porque ya no era la persona a quien más admiraba. Durante el colegio su hermano sacaba las mejores notas, sin embargo, ahora no era capaz ni siquiera de terminar un semestre en la universidad. No podía conseguir un trabajo, no era capaz de pagar un alquiler, no lograba mantener una amistad -menos una relación amorosa-, no establecía una comunicación sana con su familia y no tenía ninguna ambición en su vida, salvo sumergirse en un mundo oscuro y extraño. Ella, sencillamente, lo odiaba por ser diferente.
No obstante, después de haber estado inmersa en ese particular universo, ella comenzó a comprender el padecimiento de su hermano. Hoy, ella manifiesta su malestar por haber esperado tantos años para aceptar que la enfermedad no era culpa de él. Por eso, se propuso aprender más sobre dicho padecimiento para poder informarse, y para informar y educar a otras personas quienes suelen estigmatizar, prejuzgar y discriminar a los esquizofrénicos como ella hacía, que ellos son también humanos con grandes virtudes y habilidades.
De hecho recordemos que el esquizofrénico John Nash fue un genio matemático de los años cincuenta, su disertación acerca de la economía, la cual escribió a los veintiún años cuando ya estaba sufriendo mucho por la esquizofrenia, ganó el Premio Nobel en mil novecientos noventa y cuatro. Hoy John Forbes Nash es profesor e investigador de la Universidad de Princeton donde continúa trabajando sobre las teorías de juegos y geometría diferencial.
Actualmente mi estudiante pasa más tiempo con su hermano para comprender más su personalidad, sin la expectativa de que él debe ser el hermano perfecto de su niñez. Ella trata de ser una persona más paciente, tolerante, informada, y poseer una mayor empatía hacia Marcos y todas las personas con enfermedades similares, pues ha comprendido que el entorno familiar debe procurar un ambiente tranquilo y esta vigilante de la adecuada medicación para evitar cualquier riesgo de alteración en estas personas con un comportamiento diferente al común.
Este es tan sólo un pequeño ejemplo, de tantos otros casos, de personas quienes sufren una discriminación familiar y social debido a la ignorancia, insensibilidad o apatía generada por parte de la sociedad hacia quienes padecen este u otro tipo de enfermedad tabú como lo es, por ejemplo, también el SIDA.
Bajo esta perspectiva, qué bien haríamos nosotros al emular este comportamiento siendo más tolerantes, respetuosos y solidarios con aquellas personas quienes, por ejemplo, poseen una actitud, postura, característica física o emocional, inteligencia o estilo de vida diferentes; porque, a todas luces, la discriminación, los prejuicios y la indiferencia son detonantes de esa gran guerra social que constituye la deshumanización.
Ser diferente no es un delito, por eso lo más racional y humano es que aprendamos a respetar y valorar las diferencias, ya lo decía acertadamente la Beata Teresa de Calcuta: “Ama al que es diferente a ti, al que piensa diferente a ti, al que vive diferente a ti, al que siente diferente a ti; porque el mayor pecado es la intolerancia”.
Hace unos días me relataba una de mis estudiantes que cuando ella era niña la persona a quien más admiraba era su hermano Marcos porque pensaba que era perfecto. Sin embargo, un día todo cambió. Sus padres recibieron una llamada del colegio por parte del director solicitándoles su presencia pues su hermano, durante la clase, había incendiado un basurero.
Con ese acontecimiento empezó una dura y larga batalla para su familia. Llevaron a Marcos al psiquiatra, y después de muchas pruebas, lo diagnosticaron con una enfermedad mental: la esquizofrenia.
Según relata mi alumna, ella llegó a estar furiosa con Marcos porque ya no era la persona a quien más admiraba. Durante el colegio su hermano sacaba las mejores notas, sin embargo, ahora no era capaz ni siquiera de terminar un semestre en la universidad. No podía conseguir un trabajo, no era capaz de pagar un alquiler, no lograba mantener una amistad -menos una relación amorosa-, no establecía una comunicación sana con su familia y no tenía ninguna ambición en su vida, salvo sumergirse en un mundo oscuro y extraño. Ella, sencillamente, lo odiaba por ser diferente.
No obstante, después de haber estado inmersa en ese particular universo, ella comenzó a comprender el padecimiento de su hermano. Hoy, ella manifiesta su malestar por haber esperado tantos años para aceptar que la enfermedad no era culpa de él. Por eso, se propuso aprender más sobre dicho padecimiento para poder informarse, y para informar y educar a otras personas quienes suelen estigmatizar, prejuzgar y discriminar a los esquizofrénicos como ella hacía, que ellos son también humanos con grandes virtudes y habilidades.
De hecho recordemos que el esquizofrénico John Nash fue un genio matemático de los años cincuenta, su disertación acerca de la economía, la cual escribió a los veintiún años cuando ya estaba sufriendo mucho por la esquizofrenia, ganó el Premio Nobel en mil novecientos noventa y cuatro. Hoy John Forbes Nash es profesor e investigador de la Universidad de Princeton donde continúa trabajando sobre las teorías de juegos y geometría diferencial.
Actualmente mi estudiante pasa más tiempo con su hermano para comprender más su personalidad, sin la expectativa de que él debe ser el hermano perfecto de su niñez. Ella trata de ser una persona más paciente, tolerante, informada, y poseer una mayor empatía hacia Marcos y todas las personas con enfermedades similares, pues ha comprendido que el entorno familiar debe procurar un ambiente tranquilo y esta vigilante de la adecuada medicación para evitar cualquier riesgo de alteración en estas personas con un comportamiento diferente al común.
Este es tan sólo un pequeño ejemplo, de tantos otros casos, de personas quienes sufren una discriminación familiar y social debido a la ignorancia, insensibilidad o apatía generada por parte de la sociedad hacia quienes padecen este u otro tipo de enfermedad tabú como lo es, por ejemplo, también el SIDA.
Bajo esta perspectiva, qué bien haríamos nosotros al emular este comportamiento siendo más tolerantes, respetuosos y solidarios con aquellas personas quienes, por ejemplo, poseen una actitud, postura, característica física o emocional, inteligencia o estilo de vida diferentes; porque, a todas luces, la discriminación, los prejuicios y la indiferencia son detonantes de esa gran guerra social que constituye la deshumanización.
Ser diferente no es un delito, por eso lo más racional y humano es que aprendamos a respetar y valorar las diferencias, ya lo decía acertadamente la Beata Teresa de Calcuta: “Ama al que es diferente a ti, al que piensa diferente a ti, al que vive diferente a ti, al que siente diferente a ti; porque el mayor pecado es la intolerancia”.