Aristóteles, en su Política, que es considerado como el primer tratado sobre “las cosas de la ciudad”; afirma que “el fin de la política, como una tarea de y para los ciudadanos, no es el vivir; sino, el vivir bien”. Es decir, procurarles la felicidad a todos sus miembros. No obstante, con excesiva frecuencia, la política no se ha practicado como un instrumento para la “vida buena” de las sociedades, sino para la permanencia y reproducción de intereses, los cuales tienen muy poco que ver con esa original misión de servicio ciudadano, por ejemplo en los últimos años la política se ha visto reducida, muchas veces, a la disputa por el poder con el fin de conquistar algún cargo. En este sentido, la lucha política dista mucho de ser una consolidación de proyectos y sueños, para convertirse en la consecución o preservación de ventajas para algunos, quienes, necesariamente, no son los mejores o no poseen las mejores intenciones.
Por eso hoy que tenemos como antesala ciertos abusos de poder en nuestro país, que gran cantidad de personas manifiestan su apatía hacia el contexto político, que ya no se desea emitir el sufragio o que algunos han hecho de la política un buen negocio, conviene recordar que la política en su fundamento no es solamente una competencia por espacios de poder, un monopolio de los partidos, un signo de colones o dólares o el privilegio de unos cuantos. Antes, como ahora, es vital comprender que a la política la siguen calificando sus fines, es decir, sus contribuciones para el “vivir bien” de la sociedad y, por ende, su capacidad de involucrar activamente a los habitantes para mejorar sus vidas.
Entonces más allá de ser concebida como una disputa de poder y un pretexto para dividir a la sociedad, la política debe seguir siendo el instrumento privilegiado para allanar diferencias, enmendar desigualdades, establecer consensos sanos y reajustar nuestro tejido social. Porque quienes más se acerquen al sentido original de la política, como un medio para la acción social y no como un fin interesado; y quienes la cultiven como la oportunidad de servirle a la ciudadanía, posiblemente tendrán las mayores posibilidades y los mejores argumentos en la competencia por la responsabilidad de contribuir con el bienestar de la sociedad y por alcanzar puestos de gran compromiso político.
Indudablemente la política importa, y mucho, para el “vivir bien” de los pueblos, pues sin una buena política no se podrá alcanzar un auténtico desarrollo humano y social. Esto implica que la ecuación de la política queda definida, por un lado, por el cambio para adaptarse a una sociedad que está en constante transformación, y, por otro, la permanencia en objetivos, principios y fines para dotar de justicia y bienestar a la Patria.
De ahí que, en definitiva, el repensar hoy la política constituye una función socialmente necesaria ya que es, a la vez, apostar a la sana transformación democrática de nuestra sociedad. Por eso el cambio democrático, es decir, el desarrollo, la concepción y maduración de una nueva cultura política, no puede abandonarse al azar, porque en esa capacidad de innovación, y de repensar la política, se juega el “vivir bien” de nuestro país pues es el sitio que los partidos políticos, y los respectivos representantes, deberán ocupar en un renovado escenario democrático, y es nuestra oportunidad para contribuir, responsablemente, a la transparencia del poder político.
Definitivamente alguien que se queda indiferente ante esa relación política-social en la que se ha sustentado el conjunto de la sociedad tanto contemporánea como de todas aquellas que le han antecedido, y no hace lo que esté en sus manos para tratar de promover un activo y transparente accionar político desde sus particulares posibilidades, perfectamente puede convertirse en una especie de “zángano” que sólo se beneficia de los esfuerzos de otros y no coadyuva con el más elemental principio de justicia y progreso en la construcción de mejores condiciones para el bien común. Pues tal y como lo señaló el político estadounidense, Theodoro Roosevelt, “una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser grande o dejará de ser democracia”.
Aristóteles, en su Política, que es considerado como el primer tratado sobre “las cosas de la ciudad”; afirma que “el fin de la política, como una tarea de y para los ciudadanos, no es el vivir; sino, el vivir bien”. Es decir, procurarles la felicidad a todos sus miembros.
No obstante, con excesiva frecuencia, la política no se ha practicado como un instrumento para la “vida buena” de las sociedades, sino para la permanencia y reproducción de intereses, los cuales tienen muy poco que ver con esa original misión de servicio ciudadano, por ejemplo en los últimos años la política se ha visto reducida, muchas veces, a la disputa por el poder con el fin de conquistar algún cargo. En este sentido, la lucha política dista mucho de ser una consolidación de proyectos y sueños, para convertirse en la consecución o preservación de ventajas para algunos, quienes, necesariamente, no son los mejores o no poseen las mejores intenciones.
Por eso hoy que tenemos como antesala ciertos abusos de poder en nuestro país, que gran cantidad de personas manifiestan su apatía hacia el contexto político, que ya no se desea emitir el sufragio o que algunos han hecho de la política un buen negocio, conviene recordar que la política en su fundamento no es solamente una competencia por espacios de poder, un monopolio de los partidos, un signo de colones o dólares o el privilegio de unos cuantos. Antes, como ahora, es vital comprender que a la política la siguen calificando sus fines, es decir, sus contribuciones para el “vivir bien” de la sociedad y, por ende, su capacidad de involucrar activamente a los habitantes para mejorar sus vidas.
Entonces más allá de ser concebida como una disputa de poder y un pretexto para dividir a la sociedad, la política debe seguir siendo el instrumento privilegiado para allanar diferencias, enmendar desigualdades, establecer consensos sanos y reajustar nuestro tejido social. Porque quienes más se acerquen al sentido original de la política, como un medio para la acción social y no como un fin interesado; y quienes la cultiven como la oportunidad de servirle a la ciudadanía, posiblemente tendrán las mayores posibilidades y los mejores argumentos en la competencia por la responsabilidad de contribuir con el bienestar de la sociedad y por alcanzar puestos de gran compromiso político.
Indudablemente la política importa, y mucho, para el “vivir bien” de los pueblos, pues sin una buena política no se podrá alcanzar un auténtico desarrollo humano y social. Esto implica que la ecuación de la política queda definida, por un lado, por el cambio para adaptarse a una sociedad que está en constante transformación, y, por otro, la permanencia en objetivos, principios y fines para dotar de justicia y bienestar a la Patria.
De ahí que, en definitiva, el repensar hoy la política constituye una función socialmente necesaria ya que es, a la vez, apostar a la sana transformación democrática de nuestra sociedad. Por eso el cambio democrático, es decir, el desarrollo, la concepción y maduración de una nueva cultura política, no puede abandonarse al azar, porque en esa capacidad de innovación, y de repensar la política, se juega el “vivir bien” de nuestro país pues es el sitio que los partidos políticos, y los respectivos representantes, deberán ocupar en un renovado escenario democrático, y es nuestra oportunidad para contribuir, responsablemente, a la transparencia del poder político.
Definitivamente alguien que se queda indiferente ante esa relación política-social en la que se ha sustentado el conjunto de la sociedad tanto contemporánea como de todas aquellas que le han antecedido, y no hace lo que esté en sus manos para tratar de promover un activo y transparente accionar político desde sus particulares posibilidades, perfectamente puede convertirse en una especie de “zángano” que sólo se beneficia de los esfuerzos de otros y no coadyuva con el más elemental principio de justicia y progreso en la construcción de mejores condiciones para el bien común. Pues tal y como lo señaló el político estadounidense, Theodoro Roosevelt, “una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser grande o dejará de ser democracia”.