El joven se levanto una madrugada cansado de no poder dormir pensando en lo mucho que necesitaba a su papá. Se asomo a la ventana y vio como el sol alumbraba la plaza de su barrio mientras una bola inquieta se dejaba llevar por el tímido viento.
Espero a que él se levantara, y a al tenerlo cerca se lanzó con todas sus fuerzas a darle un abrazo interminable. Le dijo; -Papá deseo que esta Navidad me regales media hora de tu vida y vayas conmigo a jugar bola. Llevo años soñando con ese momento-
Luego continuo diciendo. –No entiendo porque nunca me abrazas, ni me decis te amo, no hablamos, ni jugamos, si yo te quiero mucho y he sido un buen hijo-. El señor rompio en llanto, no podía parar. Sintio dolor, remordimiento y culpa. Respiro profundo y le respondio. –Hijo perdoname, mi papá nos abandono cuando yo tenía cuatro años y lo he odiado siempre por eso, he tenido miedo de acercarme a vos y hacerte daño con mi odio, pero yo si te amo.
El hijo le propuso que aprovecharan el símbolo de la Navidad el cual es un tiempo de amor y perdón. Le dijo que si perdonaba a su padre y dejaba de odiarlo, él le perdonaría también los años de abandono por falta de abrazos y tiempo.
Ese fin de semana jugaron por horas en la plaza, entre risas y llantos, prometiendo que cada Navidad recordarian su reencuentro con el amor.
María Ester Flores Sandoval