La masculinidad, en su sentido tradicional y conservador, se ha concebido como una construcción social mediante la cual a lo masculino se le ha asignado una posición de superioridad sobre lo femenino, en donde los rasgos como el miedo, el llanto, la sensibilidad o el dolor le son prohibidos. Esta manera de entender el comportamiento humano ha representado un costo muy alto para muchos hombres pues abarca comportamientos como la violencia presentada por muchos al volante, los descuidos sobre su propia salud, la delegación total de los asuntos de crianza de los hijos a las mujeres, situaciones de discriminación y violencia, o, en el peor de los casos, en la incapacidad para crecer emocionalmente como humano.
No obstante, en estos cambiantes tiempos de crecimiento intelectual y espiritual, es básico deconstruir dicho estereotipo masculino para dar paso a una nueva masculinidad, en donde se consolide la superación de las barreras que impone el modelo patriarcal machista para construir una masculinidad en la cual los hombres tengan opción de liberar las expresiones de su subjetividad. Es decir, consiste en poder expresar sus emociones, llorar sin ser señalados, abrazar y besar a sus hijos sin ser juzgados, aceptar que son vulnerables, atreverse a pedir ayuda y apoyo, participar de un modo más cercano y completo en la crianza de los hijos, ser parte activa de las responsabilidades del hogar más allá del aspecto económico o emplear métodos no violentos para resolver los conflictos.
En este sentido, seguir reforzando la idea de que el sector masculino debe ser, básicamente, el garante de la economía de la familia y la autoridad en los hogares, dentro de una sociedad en la cual los altos niveles de escolarización de la población femenina y la masiva incorporación de las mujeres al mundo laboral son evidentes, es ponerle freno a esta nueva evolución humana tan imprescindible para el equilibrio social de nuestro país. Por supuesto se debe tener claro que el hecho de que las mujeres sean cada vez más proactivas, no significa que quieran o deban prescindir de la energía, sensibilidad e inteligencia del sector masculino, en este siglo se necesita compartir los gastos y las tareas tanto como se requiere de apoyo o de un abrazo; en definitiva, es apostar por una mayor calidad de vida tanto para mujeres como para hombres.
Sin embargo, el influjo de la cultura patriarcal que es alimentado a diario en la casa, la escuela, el ámbito laboral y los medios de comunicación, constituye la principal barrera para alcanzar esta “sensibilidad masculina”, de ahí que se requiera de un verdadero salto ideológico en la percepción de la virilidad para ascender a una nueva y sana comprensión de las relaciones interpersonales. Ello exige que, de una forma más madura, el ámbito familiar, los centros educativos, los medios de comunicación y las instituciones que trabajan por la igualdad de oportunidades, eduquen, concienticen e impliquen al sector masculino a una mayor reflexión sobre lo que, actualmente, constituyen los valores sobre los cuales se asienta el ser hombre.
En este sentido qué conveniente sería que, por ejemplo, quienes son padres tomen un poco de su tiempo para reflexionar qué tipo de padre están siendo, qué masculinidad es la que están poniendo en práctica como ejemplo para sus hijos y qué tan cercanos y amorosos son con ellos, porque recordemos que padre no es quien engendra, padre es quien guía, acompaña, motiva, respeta, dignifica y ama a sus hijos; quien posee una responsabilidad moral, espiritual, intelectual y social para con ellos; quien es partícipe de los sueños, metas y esperanzas de sus hijos; es, sencillamente, emprender, responsablemente y lejos de los convencionalismos, la labor de cultivar en el corazón de sus hijos la semilla de un amor constante para hacer de ellos ciudadanos de bien.
Definitivamente es hora de apostar por un nuevo modelo de masculinidad, basado en la igualdad, la justicia, el respeto, la sensibilidad y la solidaridad, con la convicción de que la igualdad de oportunidades para el sector femenino no será posible sin la deconstrucción de la jerarquía patriarcal de orden autoritario y la implementación de una dignificante liberación masculina.
La masculinidad, en su sentido tradicional y conservador, se ha concebido como una construcción social mediante la cual a lo masculino se le ha asignado una posición de superioridad sobre lo femenino, en donde los rasgos como el miedo, el llanto, la sensibilidad o el dolor le son prohibidos. Esta manera de entender el comportamiento humano ha representado un costo muy alto para muchos hombres pues abarca comportamientos como la violencia presentada por muchos al volante, los descuidos sobre su propia salud, la delegación total de los asuntos de crianza de los hijos a las mujeres, situaciones de discriminación y violencia, o, en el peor de los casos, en la incapacidad para crecer emocionalmente como humano.
No obstante, en estos cambiantes tiempos de crecimiento intelectual y espiritual, es básico deconstruir dicho estereotipo masculino para dar paso a una nueva masculinidad, en donde se consolide la superación de las barreras que impone el modelo patriarcal machista para construir una masculinidad en la cual los hombres tengan opción de liberar las expresiones de su subjetividad. Es decir, consiste en poder expresar sus emociones, llorar sin ser señalados, abrazar y besar a sus hijos sin ser juzgados, aceptar que son vulnerables, atreverse a pedir ayuda y apoyo, participar de un modo más cercano y completo en la crianza de los hijos, ser parte activa de las responsabilidades del hogar más allá del aspecto económico o emplear métodos no violentos para resolver los conflictos.
En este sentido, seguir reforzando la idea de que el sector masculino debe ser, básicamente, el garante de la economía de la familia y la autoridad en los hogares, dentro de una sociedad en la cual los altos niveles de escolarización de la población femenina y la masiva incorporación de las mujeres al mundo laboral son evidentes, es ponerle freno a esta nueva evolución humana tan imprescindible para el equilibrio social de nuestro país. Por supuesto se debe tener claro que el hecho de que las mujeres sean cada vez más proactivas, no significa que quieran o deban prescindir de la energía, sensibilidad e inteligencia del sector masculino, en este siglo se necesita compartir los gastos y las tareas tanto como se requiere de apoyo o de un abrazo; en definitiva, es apostar por una mayor calidad de vida tanto para mujeres como para hombres.
Sin embargo, el influjo de la cultura patriarcal que es alimentado a diario en la casa, la escuela, el ámbito laboral y los medios de comunicación, constituye la principal barrera para alcanzar esta “sensibilidad masculina”, de ahí que se requiera de un verdadero salto ideológico en la percepción de la virilidad para ascender a una nueva y sana comprensión de las relaciones interpersonales. Ello exige que, de una forma más madura, el ámbito familiar, los centros educativos, los medios de comunicación y las instituciones que trabajan por la igualdad de oportunidades, eduquen, concienticen e impliquen al sector masculino a una mayor reflexión sobre lo que, actualmente, constituyen los valores sobre los cuales se asienta el ser hombre.
En este sentido qué conveniente sería que, por ejemplo, quienes son padres tomen un poco de su tiempo para reflexionar qué tipo de padre están siendo, qué masculinidad es la que están poniendo en práctica como ejemplo para sus hijos y qué tan cercanos y amorosos son con ellos, porque recordemos que padre no es quien engendra, padre es quien guía, acompaña, motiva, respeta, dignifica y ama a sus hijos; quien posee una responsabilidad moral, espiritual, intelectual y social para con ellos; quien es partícipe de los sueños, metas y esperanzas de sus hijos; es, sencillamente, emprender, responsablemente y lejos de los convencionalismos, la labor de cultivar en el corazón de sus hijos la semilla de un amor constante para hacer de ellos ciudadanos de bien.
Definitivamente es hora de apostar por un nuevo modelo de masculinidad, basado en la igualdad, la justicia, el respeto, la sensibilidad y la solidaridad, con la convicción de que la igualdad de oportunidades para el sector femenino no será posible sin la deconstrucción de la jerarquía patriarcal de orden autoritario y la implementación de una dignificante liberación masculina.