Lunes, 27 Diciembre 2010 07:38

Nuestra responsabilidad como ciudadanos

Desde que vi la película Titanic quedaron marcadas en mi memoria las escenas en donde un grupo de músicos, a pesar de estar tan cercana la muerte, deciden hacerle agradable a mucha gente sus últimos momentos al continuar interpretando juntos una melodía, mientras que, por otro lado, el novio rico no tiene reparos en usar cualquier medio con tal de salvarse, aún sabiendo que así otros perdían su vida.
Esto lo relaciono con nuestra responsabilidad como ciudadanos, pues todos, y especialmente quienes tienen unos deberes sociales, estamos llamados a promover el lado positivo  de la sociedad, debiéndonos preguntar ¿qué podemos hacer para convertirnos en ciudadanos solidarios en vez de individuos egoístas, consumidos por nuestros propios intereses? Lógicamente responder a la pregunta acerca de la dimensión solidaria de la ciudadanía no parece una cuestión fácil. Ello no es nada extraño pues, en el fondo, la ciudadanía difícilmente se puede considerar como un hecho natural, siendo más bien una construcción social.
Empero, se puede decir que la ciudadanía es, antes que cualquier otro asunto, el esfuerzo por superar el aislamiento rústico para promover la comunicación de la civilidad; es decir, lo propio del ciudadano es un cierto tipo de comportamiento que evoca la idea de decoro, cortesía o urbanidad, contra las actitudes inciviles.
Implica, a la vez, una decisión de humanismo con los demás, manteniendo una actitud de ayuda, que comienza en el respeto y la comprensión por encima de las diferencias no sólo de grupos de pertenencia, sino, también, de condiciones personales las cuales abren la posibilidad para llegar a alcanzar altos niveles de empatía con cualquiera de los miembros de nuestra sociedad.
También ciudadanía solidaria significa responsabilidad en el cumplimiento de los deberes personales que incluyen, primeramente, los de tipo familiar, profesional y social, con plena conciencia de que los derechos no están separados de los deberes, pues, en última instancia, no pueden promoverse buenos ciudadanos mientras no se haga notar que la mayor parte de los derechos y libertades están relacionados con el nivel de deberes que los ciudadanos asumen para sí mismos.
Naturalmente, los deberes de los ciudadanos son en parte iguales y en parte distintos. Por ejemplo, todos estamos llamados a obedecer a las leyes justas. Todos estamos convocados a trabajar, teniendo en cuenta el bien del país. Pero quienes están en una posición social o económica destacada, han de ser conscientes de sus especiales deberes de ejemplaridad y de su compromiso en hacer posible el pleno empleo de sus responsabilidades con el fin de que mejoren las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
No es que la ciudadanía solidaria convierta en iguales a todos, pero implica el reconocimiento de una igual dignidad sustancial, cuya traducción jurídica consiste en el respeto a la Declaración Universal de Derechos de los Humanos. Como lo señala el doctor en Filosofía, Jorge Seibold, “los derechos no dejan de ser un ideal rico en valores que es preciso conquistar continuamente para hacerlos plenamente reales, de lo contrario se pierden. Por eso la formación en los derechos y también en los deberes no es solamente una enseñanza de contenidos que solo es preciso conocer, sino también de prácticas para que sean vividos y conquistados por la ciudadanía para el bien común”.
Sencillamente, ciudadanía solidaria es repensar nuestros desafíos a la innovación democrática, tomar en cuenta los nuevos actores sociales, las nuevas problemáticas y las nuevas posibilidades de participación para abrir los horizontes de una Costa Rica más próspera, equitativa, plural y humana.
Desde que vi la película Titanic quedaron marcadas en mi memoria las escenas en donde un grupo de músicos, a pesar de estar tan cercana la muerte, deciden hacerle agradable a mucha gente sus últimos momentos al continuar interpretando juntos una melodía, mientras que, por otro lado, el novio rico no tiene reparos en usar cualquier medio con tal de salvarse, aún sabiendo que así otros perdían su vida.
Esto lo relaciono con nuestra responsabilidad como ciudadanos, pues todos, y especialmente quienes tienen unos deberes sociales, estamos llamados a promover el lado positivo  de la sociedad, debiéndonos preguntar ¿qué podemos hacer para convertirnos en ciudadanos solidarios en vez de individuos egoístas, consumidos por nuestros propios intereses? Lógicamente responder a la pregunta acerca de la dimensión solidaria de la ciudadanía no parece una cuestión fácil. Ello no es nada extraño pues, en el fondo, la ciudadanía difícilmente se puede considerar como un hecho natural, siendo más bien una construcción social.
Empero, se puede decir que la ciudadanía es, antes que cualquier otro asunto, el esfuerzo por superar el aislamiento rústico para promover la comunicación de la civilidad; es decir, lo propio del ciudadano es un cierto tipo de comportamiento que evoca la idea de decoro, cortesía o urbanidad, contra las actitudes inciviles.
Implica, a la vez, una decisión de humanismo con los demás, manteniendo una actitud de ayuda, que comienza en el respeto y la comprensión por encima de las diferencias no sólo de grupos de pertenencia, sino, también, de condiciones personales las cuales abren la posibilidad para llegar a alcanzar altos niveles de empatía con cualquiera de los miembros de nuestra sociedad.
También ciudadanía solidaria significa responsabilidad en el cumplimiento de los deberes personales que incluyen, primeramente, los de tipo familiar, profesional y social, con plena conciencia de que los derechos no están separados de los deberes, pues, en última instancia, no pueden promoverse buenos ciudadanos mientras no se haga notar que la mayor parte de los derechos y libertades están relacionados con el nivel de deberes que los ciudadanos asumen para sí mismos.
Naturalmente, los deberes de los ciudadanos son en parte iguales y en parte distintos. Por ejemplo, todos estamos llamados a obedecer a las leyes justas. Todos estamos convocados a trabajar, teniendo en cuenta el bien del país. Pero quienes están en una posición social o económica destacada, han de ser conscientes de sus especiales deberes de ejemplaridad y de su compromiso en hacer posible el pleno empleo de sus responsabilidades con el fin de que mejoren las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
No es que la ciudadanía solidaria convierta en iguales a todos, pero implica el reconocimiento de una igual dignidad sustancial, cuya traducción jurídica consiste en el respeto a la Declaración Universal de Derechos de los Humanos. Como lo señala el doctor en Filosofía, Jorge Seibold, “los derechos no dejan de ser un ideal rico en valores que es preciso conquistar continuamente para hacerlos plenamente reales, de lo contrario se pierden. Por eso la formación en los derechos y también en los deberes no es solamente una enseñanza de contenidos que solo es preciso conocer, sino también de prácticas para que sean vividos y conquistados por la ciudadanía para el bien común”.
Sencillamente, ciudadanía solidaria es repensar nuestros desafíos a la innovación democrática, tomar en cuenta los nuevos actores sociales, las nuevas problemáticas y las nuevas posibilidades de participación para abrir los horizontes de una Costa Rica más próspera, equitativa, plural y humana.