Este último aspecto es fundamental pues una evaluación más consciente, más auténtica, podría servir de mejora, de crecimiento y perfeccionamiento del trabajo realizado con el fin de evitar ser un “número”, un resultado más, una nueva sanción, como se estila en la educción tradicional. Por lo cual lo importante es que los alumnos se involucren dinámicamente al proceso evaluativo, que se les tome en cuenta la evolución del aprendizaje pero, a la vez, se debe procurar que esto se haga responsable y racionalmente, que sirva como un diagnóstico de lo aprendido y como una realimentación durante el proceso de aprendizaje.
Ahora bien, hay que comprender que la adopción de una evaluación auténtica demanda comprender que las capacidades, los intereses, preferencias y los contextos de los estudiantes influyen en su aprendizaje, de ahí que habrá quienes piensen que esta evaluación no es tan confiable porque debe enfocarse en una variedad de factores difíciles de evaluar, no obstante pareciera más bien que lo que no se desea es establecer un compromiso por llevar a cabo estrategias de evaluación las cuales demandan mayor tiempo, responsabilidad, dedicación y el desarrollo de habilidades de autonomía, respeto, tolerancia y análisis.
Definitivamente podría resultar más sencillo llevar a cabo pruebas estandarizadas donde solo se miden las diferencias de habilidades entre los estudiantes que prácticas las cuales busquen ser una guía de planificación, seguimiento y formación educativa. Es más sencillo hacer una prueba donde todos los estudiantes deben colocar la misma respuesta que elaborar, por ejemplo, un ensayo donde el docente debe evaluar la pertinencia de los distintos temas, los argumentos utilizados para respaldar o refutar determinada posición, revisar la redacción, ortografía o el estilo…, claro que demanda más tiempo y hasta mayor conocimiento de la materia por parte del docente, pero es más productivo que elaborar un examen en el cual, mecánicamente, los estudiantes repitan de memoria estructuras ya establecidas.
Por ello los docentes deben esforzarse por proponer estrategias relevantes de evaluación que vayan más allá de un “simple número”, como por ejemplo, la resolución de casos o los portafolios pues permiten comprender las habilidades auténticas de los estudiantes y la comprensión que están adquiriendo de los respectivos conceptos. Sin embargo, ¿contarán los docentes con el tiempo, la disposición, el interés y la adecuada actualización para la respectiva observación, análisis crítico y productiva evaluación que demanda este tipo de estrategias evaluativas?...
Definitivamente no se puede innovar el proceso de enseñanza y aprendizaje sin una innovación paralela de la actividad evaluativa. Por lo cual una evaluación diferente en objetivos, técnicas y procedimientos es básica para realimentar el proceso de enseñanza y así mejorar las deficiencias donde cada estudiante genere su propia significación personal de lo aprendido y se reconozcan los diferentes ritmos, estilos de aprendizajes y capacidades de razonamiento; se trata de evaluar para aprender a cooperar, a comunicar, a desarrollar un crítico y una intrínseca motivación.
Lamentablemente parte de la educación costarricense se ha caracterizado, desde hace bastante tiempo, por implementar un sistema de enseñanza tradicional caracterizado por el uso exclusivo de la memoria, repetición de contenidos mediante exámenes y donde la evaluación queda destinada a “un simple número”, lo cual puede provocar en los alumnos inestabilidad, desinterés y rechazo hacia sus estudios.