Guanacaste es una finca que se dejó Dios cuando hizo la distribución de las tierras entre los países. De tan bello que es Guanacaste, Dios no quiso dejárselo a alguien más. Se hizo de la vista gorda, y a ningún país le dejó ese jardín grandote, ese paraíso pequeñito.
Guanacaste es una locura que tuvo Dios y que concreto un día que se le metió en la cabeza que en lugar de Dios quería ser artista. De Guanacaste, son bellísimos los acantilados de La Cruz, como paredes enormes, como monumentos de piedra cuyos pies besa el mar. En Guanacaste están los volcanes de la cordillera del fuego, la Cordillera de Tilarán, el Arenal, con su cono perfecto, una flor triangular que besan las nubes; el Rincón de la Vieja, con sus dos caras, una verde y viva, la otra de piedra; el Orosi, callado y esbelto, verde y azul; el Tenorio, con sus ojos de agua hirvientes y mágicas; el Miravalles, con sus brazos abiertos a los potreros… Guanacaste tiene las aguas termales de la altura en Bagaces, con las piscinas que los ángeles pusieron en Yoko.
Dios se acostó sobre las nubes y sopló y sopló. Los vientos se fueron Tilarán y para las fronteras de Cañas y Bagaces con el norte lejano de Alajuela.
Se puso contento un domingo por la tarde, y Dios pintó el folclor de Santa Cruz, cocinó la cuajada y los bizcochos de allá, se enfiestó y celebró con los toros en todos los pueblos, desde la Península de Nicoya hasta el Cerro Chato, desde Bahía Salinas hasta Pozo Azul.
Guanacaste tiene entre sus manos, el Golfo de Nicoya, y aunque no están ahí adentro, al lado de ese paraíso, pringó Dios el mar con perlas hermosas, únicas, que se llaman Chira, Venado, San Lucas, Caballo, Guayabo, y hasta gotitas de luz, que se llaman, por ejemplo, Las Cocineras y Pan de Azúcar.
Guanacaste es una luz enorme, un manchón de belleza incandescente, que Dios nos puso aquí al lado. Por dicha que Guanacaste quiso anexarse, por dicha que vino a hacer más grande y más bella a la bellísima Costa Rica…
Guanacaste es una finca que se dejó Dios cuando hizo la distribución de las tierras entre los países. De tan bello que es Guanacaste, Dios no quiso dejárselo a alguien más. Se hizo de la vista gorda, y a ningún país le dejó ese jardín grandote, ese paraíso pequeñito.
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Guanacaste es una locura que tuvo Dios y que concreto un día que se le metió en la cabeza que en lugar de Dios quería ser artista. De Guanacaste, son bellísimos los acantilados de La Cruz, como paredes enormes, como monumentos de piedra cuyos pies besa el mar. En Guanacaste están los volcanes de la cordillera del fuego, la Cordillera de Tilarán, el Arenal, con su cono perfecto, una flor triangular que besan las nubes; el Rincón de la Vieja, con sus dos caras, una verde y viva, la otra de piedra; el Orosi, callado y esbelto, verde y azul; el Tenorio, con sus ojos de agua hirvientes y mágicas; el Miravalles, con sus brazos abiertos a los potreros… Guanacaste tiene las aguas termales de la altura en Bagaces, con las piscinas que los ángeles pusieron en Yoko.
Dios se acostó sobre las nubes y sopló y sopló. Los vientos se fueron Tilarán y para las fronteras de Cañas y Bagaces con el norte lejano de Alajuela.
Se puso contento un domingo por la tarde, y Dios pintó el folclor de Santa Cruz, cocinó la cuajada y los bizcochos de allá, se enfiestó y celebró con los toros en todos los pueblos, desde la Península de Nicoya hasta el Cerro Chato, desde Bahía Salinas hasta Pozo Azul.
Guanacaste tiene entre sus manos, el Golfo de Nicoya, y aunque no están ahí adentro, al lado de ese paraíso, pringó Dios el mar con perlas hermosas, únicas, que se llaman Chira, Venado, San Lucas, Caballo, Guayabo, y hasta gotitas de luz, que se llaman, por ejemplo, Las Cocineras y Pan de Azúcar.
Guanacaste es una luz enorme, un manchón de belleza incandescente, que Dios nos puso aquí al lado. Por dicha que Guanacaste quiso anexarse, por dicha que vino a hacer más grande y más bella a la bellísima Costa Rica…