Al despuntar el día cada miembro familiar se levanta a buscar su oficio. La mamá enciende el fogón, se apura a palmear las tortillas, poco a poco va calentando el comal donde se abrazan arroz y frijoles hasta quedar todo un delicioso gallo pinto.
Después de que el papá con ayuda de todos los guilas de la casa, ordeña las vacas, zarandea la cosecha, le da de comer a las gallinas, y alista la carreta para lo que haga falta, todos corren a sentarse a la mesa.
Alguno tímidamente dirá –Ahh Tatica Dios, gracias porque un día más tenemos comidita-. Disfrutan de sus manjares regionales y siguen su jornada.
Poco antes de caer la tarde vuelven a encontrarse, tal vez no se abracen como se acostumbra hoy en día, o se digan te amo, pero el amor se demostraba con dedicación al trabajo fuera y dentro del hogar.
En esos tiempos no se conocía la palabra estrés, no se quejaban de la falta de tiempo. Sencillamente se disfrutaba en un corredor con toda la prole hablando y buscando historias de miedo cuando las estrellas encendían el cielo.
La platita no sobraba, la vida era dura. La adversidad los mantenía unidos. Cosas simples dibujaban sonrisas. En Resumen las familias trabajan para vivir, sentir las palpitaciones de unos a otros y sobre todo para cuidarse.
En cambio hoy en día que pena tan grande es ver como las familias viven para trabajar, pero no se conocen, ni saben hablar. Ojalá tomemos ejemplo de nuestros antepasados y recuperemos a la familia.
María Ester Flores Sandoval