Martes, 13 Octubre 2009 18:00

Enseñanza que deja huella

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Ciertamente cuando las sociedades antiguas como la Griega se cuestionaban sobre los oficios más trascendentes, emergía como una constante el sólido reconocimiento a aquellos educadores quienes acompañaban y guiaban a sus discípulos en ese vital camino del conocimiento y el aprendizaje.

Un camino cargado de enseñanza, pensamiento analítico, sentido de respeto y valoración, en donde el maestro era visto como un constructor de conocimiento y vida, el estudiante aprendía a pensar por sí mismo, el aprendizaje era una práctica compartida y la educación poseía un inestimable sitial.

Y es que de entre quienes hemos tenido la oportunidad de acceder a las aulas, sin duda sería muy difícil que no guardáramos una tierna evocación, un consejo a tiempo, una enseñanza de vida, una palabra de aliento, una mirada de esperanza o una orientación esclarecedora de un o una docente.

     Cuántas veces de sus voces, sus enseñanzas o sus relatos, la Historia ha cobrado la dimensión de hazaña, el amor a la Patria se ha cultivado en nuestra alma y el descubrimiento de lo que había más allá de nuestra vista se ha abierto en el salón de clases. 

Pero también, quienes hemos tenido el inmenso privilegio de enseñar, de forjar no sólo profesionales sino humanos, atesoramos con emoción las imágenes de niñas, niños, adolescentes, jóvenes o adultos, emprendiendo la senda del conocimiento, aprendiendo a desarrollar sus capacidades, a confiar en sí mismos y a volar con sus propias alas.

Esta misión social, vale decirlo, debería prácticamente ser universal. En todos los espacios de la tierra la labor educativa de las y los docentes, aunque pocas veces recordada, es una de las más valiosas funciones sociales en el progreso, bienestar e igualdad de los pueblos.

Sin embargo, ese reconocimiento a estas valiosas personas, también debe acompañarse de la identificación y solución de las difíciles condiciones que siguen encarando en materia salarial, laboral y profesional, pues parece ilógico que quienes han contribuido, y lo siguen haciendo, a la  formación integral de las y los ciudadanos de nuestro país, no ostenten una posición de mayor beneficio y privilegio.

De ahí que se deba insistir en la urgencia de que gobierno y sociedad le otorguen a la educación, en la práctica, la prioridad de calidad y pertinencia que alcanza en el discurso para que así las aulas sean, cada vez más, espacios abiertos al pensamiento, el análisis, el debate, el respeto, la tolerancia y la creatividad para que cada estudiante amplíe las ventanas por las cuales se percibe el mundo.

Por eso hoy, y siempre, el mayor de los reconocimientos a esos educadores y a esas educadoras quienes han construido en las aulas un proyecto democrático, han asomado a los estudiantes al respeto de la Patria, han formado ciudadanos responsables, han alimentado la esperanza en momentos difíciles, han enseñado a discutir y razonar, han impartido su conocimiento con respeto, fraternidad, responsabilidad y pasión, han predicado con el ejemplo y nos han motivado a soñar y plasmar nuestras ilusiones.  
 

Son esas y esos docentes comprometidos quienes bien nos hacen recordar aquella frase expresada por Howard Hendricks que dice: “La enseñanza que deja huella no es, básicamente, la que se hace de cabeza a cabeza, sino aquella que se trasmite de corazón a corazón”.