No obstante, con excesiva frecuencia, la política no se ha practicado como un instrumento para la “vida buena” de las sociedades, sino para la permanencia y reproducción de intereses, los cuales tienen muy poco que ver con esa original misión de servicio ciudadano.
En los últimos años la política se ha visto reducida, muchas veces, a la disputa por el poder con el fin de conquistar algún cargo. En este sentido, la lucha política dista mucho de ser una consolidación de proyectos y sueños, para convertirse en la consecución o preservación de ventajas para algunos, quienes, necesariamente, no son los mejores.
Hoy que tenemos como antesala ciertos abusos de poder en nuestro país, y ya en el prólogo de un nuevo gobierno, conviene recordar que la política en su fundamento no es solamente una competencia por espacios de poder, un monopolio de los partidos o el privilegio de unos cuantos.
Antes, como ahora, es vital comprender que a la política la siguen calificando sus fines, es decir, sus contribuciones para el “vivir bien” de la sociedad, y, por ende, su capacidad de involucrar a los habitantes para mejorar sus vidas.
Entonces más allá de ser concebida como una disputa de poder y un pretexto para dividir a la sociedad, la política debe seguir siendo el instrumento privilegiado para allanar diferencias, enmendar desigualdades, establecer consensos sanos y reajustar nuestro tejido social.
Porque quienes más se acerquen al sentido original de la política, como un medio para la acción social, y no como un fin interesado y quienes la cultiven como la oportunidad de servirle a la ciudadanía, posiblemente tendrán las mayores posibilidades y los mejores argumentos en la competencia por la responsabilidad de contribuir con el bienestar de la sociedad y por alcanzar puestos de gran compromiso político.
Indudablemente la política importa, y mucho, para el “vivir bien” de los pueblos, pues sin una buena política no se podrá alcanzar un auténtico desarrollo humano y social.
Esto implica que la ecuación de la política queda definida, por un lado, por el cambio para adaptarse a una sociedad que está en constante transformación, y, por otro, la permanencia en objetivos, principios y fines para dotar de justicia y bienestar a la Patria.
De ahí que, en definitiva, el repensar hoy la política constituye una función socialmente necesaria ya que es, a la vez, apostar a la sana transformación democrática de nuestra sociedad. Por eso el cambio democrático, es decir, el desarrollo, la concepción y maduración de una nueva cultura política, no puede abandonarse al azar.
Porque en esa capacidad de innovación, y de repensar la política, se juega el “vivir bien” de nuestro país pues es el sitio que los partidos deberán ocupar en un vital renovado escenario político, y es nuestra oportunidad para contribuir, responsablemente, a la transparencia del poder político costarricense.