Martes, 22 Octubre 2013 09:09

¿Cómo dice que se llama?

Mi abuelo un día me dijo que hay que cuidar el buen nombre, pues es lo único que se tiene. Esas palabras procuro recordarlas todos los días de mi vida. Tuve un amigo hace años, cuyos dos apellidos eran tan largos como los míos y que junto con sus dos nombres, hacían que su pobre maestra sufriera mucho cuando le enseñó a escribir.

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Resulta que ese amigo fue a la Universidad y obtuvo varios grados académicos, lo cual era motivo de gran orgullo para él y lo hacía adicionarlea su nombre las siglas Ing. de Ingeniero, Lic. de licenciado y después del nombre, el CPA de Contador Público Autorizado y el MBA de las siglas en Inglés de Máster en Administración de Empresas. Afortunadamente ese amigo no incluyó en su tarjeta de presentación el nombre de su Santo, pues su madre lo había consagrado San Caralampio. Un día le pregunté si las siglas MBA significaban Más Bruto que Antes, lo cual lo enojó tanto que no me volvió a cruzar palabra.
En mis años de facilitador en la Universidad, vivo diciéndole a los estudiantes que si su objetivo de estar allí es tener un título, lo mejor es que dejen la U, pues el título a final de cuentas no sirve para nada; sino que lo que realmente cuenta es el conocimiento, pues es ese y no el título el que va a permitirles demostrar cuánto saben y abrirse camino en el competido mundo laboral.
A muchos de los estudiantes, la cara se les desdibuja, pues lamentablemente muchos han convertido las aulas universitarias en fábricas de títulos y han olvidado, que más que eso, la universidad ha de verse como un ente generador del saber, al que se le atribuyó el carácter de "Alma Mater" en el sentido de engendrar y transformar al hombre por obra de la ciencia y el saber. En los tiempos modernos, a menudo se confunde la importancia del saber con la necesidad de tener un título y se ha modificado el concepto de “alma mater” por el de tienda de papeles bonitos y carpetas lujosas.
De titulados están llenos el mercado, las empresas y las instituciones públicas; pero nunca como ahora, ha podido verse el vacío ético en el ejercicio de profesiones y funciones por parte de muchísimas personas con un título muy grande pero poca conciencia ética.
Desde el ingeniero que hizo la obra pública que hoy se nos cae a pedazos, pasando por el médico que sin el más mínimo pudor convoca a su paciente del EBAIS a su consultorio privado o bajo la luz del quirófano público, cobra obscenas sumas mientras usa la infraestructura que es de todos y que la hace incapaz de satisfacer la demanda de los asegurados.
En las aulas de colegio y universidad, hay que volver a hablar de ética. Pero ante todo, hay que enseñarla dando ejemplo, no solo de la supuesta probidad que nos confiere un grado profesional, sino al amparo del ejemplo, de la vivencia diaria en la función pública o privada; y por supuesto, bajo la dirección de un Dios que ve nuestro actuar, lo conoce como lo conocemos cada uno en el fondo de aquello que llamamos conciencia y que ha de gritarle traidor, a todo aquel que manche con actuaciones alejadas de toda ética, ese sagrado sitio al que llamamos aula.
A las puertas de una nueva elección, ojalá que por encima del grado académico, haya aspirantes éticamente calificados. A ver si acaso, podemos un día alzar la mirada y poder ver más que una retahíla de títulos vacíos. Ojalá que nuestros nombres siempre sean adornados por las buenas acciones y pueda cualquiera, asociar nuestro nombre, a la excelencia, la ética, la vergüenza y la responsabilidad.
Que sea el peso moral y no el nombre de títulos vacíos, los que lesdigan a nuestros hijos, que aprendimos del abuelo a cuidar nuestro buen nombre, que es lo único que tenemos.
Comentario de Alexander Hernández Camacho