Jueves, 13 Octubre 2016 06:01

Anteponer la prudencia y la tolerancia

El respeto a la libertad de opinar es en principio indiscutible. Eso está claro, pero lo que no es aceptable es el decir que "todas las opiniones son igualmente pertinentes” pues ciertamente no todas las opiniones son adecuadas.

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Por ejemplo, cuántas veces hemos escuchado comentarios como que los ancianos constituyen un estorbo, que las mujeres solamente sirven para cuestiones del hogar o que tal cultura es inferior a la nuestra. Claro que se tratan de opiniones, pero para nada oportunas. Por ello, la prudencia, el saber qué decir, cómo decirlo, a quién decírselo y dónde decirlo, constituye una práctica imperiosa para la sana convivencia de nuestra sociedad.
Quizá por imitación, irresponsabilidad o indiferencia, existen cada vez más personas quienes hablan en forma irrespetuosa, irracional y hasta visceral. Que agraden sin ninguna consideración a los demás bajo el lema de que toda opinión debe ser respetada aunque socialmente sea inaceptable. A fin de cuentas, quien le falta el respeto a otros defendiendo sus principios desde pensamientos autoritarios y exigiendo que se le escuche y se le respete, pero no escucha y menos respeta, es quien contribuye a que este mundo sea, cada vez más, menos prudente y tolerante.
Definitivamente del respeto a la libertad de expresión se pasa al concepto de tolerancia. La situación es muy simple: por ejemplo cuando alguien se expresa en contra de los valores humanos, esos valores o principios que a través de los siglos la humanidad ha sabido reconocer, como es el derecho a la vida, se exige mucha tolerancia por parte de quienes piensan diferente.
Entonces tengamos cuidado, ya que cualquier punto de vista distinto al nuestro, aunque esté muy lejos de nuestros principios, filosofía o creencias, es motivo de tolerancia, no objeto de burla, desprecio o agresión verbal, la cual, incluso, puede llegar a la agresión física. Caigamos en la cuenta de que no todo mundo debe pensar y opinar igual que uno, tener el mismo color político o de piel, gustarle el mismo equipo deportivo, tener la misma orientación sexual o profesar el mismo credo.
Tengamos en cuenta que la sociedad está impregnada de variedad, y si no se tolera esta condición, se estaría irrespetando la dignidad humana. No debemos dejarnos apabullar por quienes, intolerantemente, exigen tolerancia cuando no la dan. Solamente la prudencia y la tolerancia facultan a la persona para reconocer, aceptar, apreciar y valorar las cualidades de los demás y los derechos fundamentales de los humanos, su infinita dignidad y los valores trascendentales. Recordemos que no se trata de aceptar todo, pero sí de anteponer la prudencia y la tolerancia antes de emitir un criterio a la ligera.