El primero de mayo recién pasado, un grupo de jóvenes, vándalos-apéndices de las marchas de los trabajadores, la emprendieron contra la prensa y vehículos de los medios de comunicación que se encontraban afuera del edificio de la Asamblea legislativa.
Estos jóvenes, y otros no tantos, vagos sin noción de la responsabilidad de sus actos y, al parecer, tampoco sin NADIE que se lo recuerden, también lanzaron bombas de humo con pintura, palos y piedras, causando destrozos en el edificio del Congreso y, por enésima vez, rayaron los muros del vetusto y emblemático Museo Nacional.
Esta grupúsculo delincuencial, algunos vestidos como “rockeros”, de negro y con sus peinados “punk”, todo muy “a lo yankee”, también atacaron a la policía que, en ejercicio de sus deberes, trataron, sin lograrlo, que no se destruyeran los vehículos de la prensa, pues faltó previsión y el número de agentes no pudo hacer nada en contra de esta chusma de vagos, sin más oficio que la destrucción y la violencia.
Incluso, según se vio por televisión, algunos hacían gesticulaciones imitando a los tristemente famosos “maras” centroamericanos y con gritos ensordecedores y un vocabulario irrepetible, de nuevo, hacían de las suyas, como acostumbran en cuanta manifestación callejera se de, sin que las autoridades, especialmente las judiciales y policiales, hagan nada, no sólo para evitar tan lamentables hechos sino para castigar, de forma ejemplarizante, a quienes así actúan.
Y es que hay que ser claros: la prensa no es una “abstracción”, algo “etéreo”, sino que ella es encarnada por personas, también trabajadores; periodistas y demás personal auxiliar quienes, a veces con jornadas agobiantes, hacen su trabajo y merecen el mismo respeto que cualquier otro trabajador; sólo que ese día, que es, también, “su día”, ellos sí trabajan y con todo el derecho que les asiste de ejercerlo dignamente, sin amenazas, sin agresiones, sin lesiones y, ojalá nunca suceda, sin muertos.
Esos reprochables hechos se dan a vista y paciencia de los mismos manifestantes, algunos de los que, más bien, se sospecha, incitan a estos vándalos, a quienes no les importa ser captados por la lente de fotógrafos y camarógrafos, pues saben que no se les llamará a cuentas. Seguro, muy seguro, piensan igual que el delincuente colombiano quien, sin sonrojo alguno, dijo que en Costa Rica delinquir es ¡un puro “vacilón”!
En resumen, los hechos que se dieron en contra de periodistas, auxiliares de prensa y los bienes de los medios de prensa y edificios públicos, tipifican varias conductas delictivas, de acuerdo al Código Penal costarricense, por lo que es de esperar que el Ministerio Público acuse a los supuestos responsables de los mismos, a fin de que los tribunales de justicia impongan las penas correspondientes y ordenen el pago de los daños producidos por ese grupo de malhechores.
Sin duda, la oportuna intervención del ente acusador servirá como medida por demás ejemplarizante para otro hechos, igualmente repulsivos que se han cometido, en manifestaciones callejeras, lo que será una pequeña pero significante luz en el oscuro camino por el que, hoy, transita la inseguridad ciudadana.