Cada Semana Santa siempre se nos alecciona, desde los púlpitos, las alegorías de las procesiones o los múltiples discursos en los diferentes medios de comunicación, con grandes enseñanzas como el valor del amor hacia el prójimo, la espiritualidad como fuente de vida en un mundo cada vez más insustancial y el compromiso con los valores cristianos de la solidaridad o la justicia.
Mas la gran inquietud que aflora después de los días santos, es ¿si realmente se siguen cumpliendo estos sagrados mandatos pasado el período santo?, o, si por el contrario, y como pareciera suceder en la mayoría de los casos, quedan en un asunto tradicional de una semana desvaneciéndose en la apatía de la población.
Ahora bien, si lo que se desea es tener una sociedad cimentada en el acato al valor espiritual y humanista, con el propósito de forjar ciudadanos concientes de su rol social y un país que haga efectivo su sello de paz y democracia, entonces son, precisamente estos mensajes los que deben perdurar y fomentarse cada día de nuestras existencias.
Pues nada productivo sería el haber pasado una semana santa sumidos en la meditación, cuando acabado este período se sigue, por ejemplo, menospreciando al prójimo con la crítica, la intolerancia y la discriminación.
Preguntémonos de qué nos hubiera servido el haber dejado de comer carne cuando posterior a este ayuno nuestras mesas revientan de alimentos pero se los negamos al hambriento que nos llega a tocar nuestra puerta o el que habita en la calle; ¿acaso no tendría más valor compartir ese alimento con alguien que no tiene que comer?...
Para qué el habernos abocado a la meditación cuando se permite que siga existiendo tanta violencia doméstica, violencia en los estadios, abuso contra los niños, desprecio a quienes pertenecen a otra cultura o la primacía de la “ley de la selva” en nuestras carreteras.
De nada nos sirve haber vivido el compromiso de amor de Jesucristo con su pueblo, cuando nosotros, como ciudadanos, no hacemos nada para salvaguardar la paz y democracia de nuestra nación al convertimos en fariseos quienes están en contra del progreso de la nación con opiniones sin sustento, cuando criticamos sin proponer alguna solución o, peor aún, cuando no interesan los destinos de la Nación.
Por supuesto, el compromiso de hacer el bien a los demás, ser justo, honesto y diligente que nos deja la Semana Mayor es grande y ambicioso. Sin embargo, el llevar a la práctica, diariamente, esa vivencia de sacrificio y amor ejemplificados en Jesús para hacer de la resurrección el elemento clave de la reconstrucción de una nueva sociedad más humana, pensante y solidaria, es un deber que nos compete a todos; ello es, sin duda, la principal garantía para que este compromiso perdure por siempre.