A veces las personas viven su existencia poniendo de un lado su vida cotidiana con todos sus avatares y apartando en el otro lado de su diario vivir eso que podríamos llamar su experiencia religiosa o, si se desea llamar de otra manera, su amistad con Dios.
Esta actitud da como resultado una especie de doble vida que, a la larga, puede resultar difícil de manejar o, al menos, un poco desunificadora con respecto al estilo de vida que se desea sacar adelante.
Lo ideal, pues, sería seguir la ruta de lo que algunos llaman “la unidad de vida”, esto es, andar la tarea de vivir el día a día con la certeza de que nuestra vida es una, integrada e integral.
En el contexto del mundo cristiano estamos viviendo el tiempo pascual. Si tuvimos ocasión de vivir adecuadamente la cuaresma que concluyó al mediodía del pasado jueves santo, llegamos a la pascua preparados y con metas muy claras que esperan transformarse en conductas concretas, mejorar estilos de vida o, tal vez, hasta cambiar alguna que otra costumbre que nos puede estar resultando nociva o, por lo menos, no demasiado adecuada.
Si estamos tratando de vivir esa unificación vital de la que hemos hecho referencia antes, esta pascua debería hacerse sentir efectivamente en nuestro vivir cotidiano como un tiempo renovador.
Se trata, el presente, de un tiempo con una fuerte carga de optimismo, es una especie de brisa fresca o aguacero revitalizador que limpia todo y se lleva consigo cuanto daña o nos puede afectar.
El tiempo pascual que estamos viviendo y que comprende una cincuentena de días, debe afectarnos en nuestro andar cotidiano tan marcado por el estrés, las prisas y con frecuencia, situaciones que nos llevan hasta el extremo de dejar de creer en nosotros mismos.
La fuerza vital que se desprende de la certeza del sepulcro vacío, ha de llevar a cada persona, cristiana de cualquier denominación o sencillamente mujer u hombre de buena voluntad, a hacer un alto, tomar aire y animarse a reanudar la marcha de su caminar por la vida con un ánimo renovado que le permita dejar de lado todo cuanto le afecte negativamente o le desmotive.
El estrés malo es una epidemia mundial, ha dicho la Organización Mundial de la Salud y es fuente de angustia en millones de personas. La vida es mucho más que solo velocidad, repetía Gandhi. Y dejar de creer en que podemos lo que queremos es fuente de fracasos para muchos seres humanos en el globo entero.
El Resucitado nos debe animar a retomar nuestra ruta de cada día con actitud nueva y esto implica Vivir con menos angustia, equilibrados en el trabajo, asumiendo una tarea a la vez y tomando respiros para elevar nuestro corazón al amor y al encuentro con el Otro y los otros.
Las certezas generadas en la contemplación del sepulcro vacío nos deben animar a vivir con metas, porque eso agrada a Dios, pero todo ello a buen ritmo y sin excesos ni prisas generadoras de patologías.
La alegría pascual nos ha de lanzar a creer en nosotros mismos. No tener fe en las propias capacidades es una causa de fracaso segura. Hemos recibido dones y el que ha vencido el pecado y la muerte enseñó a aprovechar los propios talentos y multiplicarlos.
Integrar la vida de fe a la cotidianidad, como se ha visto, puede resultar muy sano. Vale la pena intentarlo y este tiempo pascual es un buen momento para hacer la experiencia.