En épocas en que la institución matrimonial parece estar en su mayor crisis, al igual que otros pilares fundamentales de la sociedad, allá, en un pueblito alajuelense, otrora llamado “Acequia Grande”, en San Antonio de los Tejares, dos seres, cual almas gemelas, juraron, hace 65 años, amor eterno, lo que nos recuerda que aún hay esperanza de que no todo está perdido.
Iniciaban los años 40´s y dos jóvenes adolescentes dijeron el sí por siempre…¡hasta que la muerte los separe!.
Esa década fue especialmente relevante pues el país vivió y sufrió una guerra civil que, paradójicamente, nos ha dado paz en casi 60 años.
Pues, en ese escenario, en una Costa Rica empobrecida y políticamente agitada, aquellos jóvenes iniciaron su vida en matrimonio y formaron una familia que, con el paso de estos 65 años, se ha multiplicado en 11 hijos y muchísimos descendientes que, guiados por rectos principios, morales y religiosos, han aportado al desarrollo del país, por muchas generaciones.
Sin duda, la vida para esta amorosa pareja, no ha sido siempre de color de rosa, pues, como lo mandó el destino, ambos han visto morir a dos hijos, quienes se les adelantaron a la fatalidad y el sufrimiento ha compartido su lecho de amor.
Pero igual, han sido compensados en poder ver nacer a su primer tataranieto, que, como sus bisnietos y nietos, han sido la satisfacción más grande que un bendecido matrimonio, como el de ellos, siempre esperó, por la voluntad de Dios.
Han pasado muchísima agua bajo ese puente que un día los unió para siempre; han sabido de tristezas, alegrías y fatigables jornadas de esfuerzos impensables para sacar a su prole adelante, pero sabiendo de que al volver la vista al largo camino recorrido sabrían que valió cualquier pena.
Por ello, este día (20 de diciembre) en nombre de mi gran familia, le doy gracias a mis padres, D. Antonio Arroyo Solera y D. Teresa Alvarez Alfaro, por habernos permitido ser parte de una unión que sellaron para siempre y con ello nos dieron a sus hijos y demás descendientes una lección de vida que sólo el paso del bendito pero inexorable tiempo pueda dar.
Gracias papá y mamá, por ser unos padres que amaremos por siempre y que Dios sabrá merecerles en bendiciones por haber sabido cumplir el plan por El establecido.