Para nadie es un secreto que de los grupos sociales primarios; es decir, la familia y los amigos, el ambiente familiar es el más influyente, por tanto, si en las épocas navideñas se fomenta una especial manera la unión familiar, no estaría de más que, realmente, se replanteara el papel que la familia ostenta, o debería ostentar, en nuestra sociedad.
Pues frente a los perfiles relativamente estereotipados de los modelos tradicionales, gran parte de los incipientes modelos familiares de los que hablan los sociólogos se caracterizan por la búsqueda de acomodo, adaptación a las nuevas condiciones, a los nuevos papeles del hombre y de la mujer de hoy y al creciente protagonismo de los hijos que vienen pidiendo autonomía.
Unos hijos quienes están dispuestos a llevar esa autonomía a la práctica en el modo de vivir con sus pares, en los estudios, en el trabajo pero, siempre, entendiendo que su hogar familiar de origen, el de sus padres, seguirá siendo el suyo hasta bien decidir crear su propio espacio.
Se debería tratar de una familia con buena comunicación entre padres e hijos, con capacidad de transmitir opiniones y creencias, abierta al exterior, en donde las opiniones de los hijos son particularmente tenidas en cuenta.
Lógicamente, aún si se tiene por cierto todo lo anterior, es una familia no exenta de desavenencias, a veces graves, fruto básicamente de situaciones nuevas en los papeles de sus integrantes, mujer y hombre, madre y padre, padres e hijos. Ahí se encuentra, precisamente, la necesidad de reformularse actitudes y valores, pues en este modelo las responsabilidades de cada uno deberían estar en revisión continua.
Nos enfrentamos a una familia de la “negociación”, de la búsqueda, del acomodo, mas no llegando siempre y, menos aún a corto plazo, a los resultados deseados.
De ahí la de la necesidad de ir creando una nueva cultura, una cultura de la búsqueda conjunta de un acomodo ante las nuevas formas de trabajo y ocio de las generaciones emergentes, de autonomía de los adolescentes.
Una familia cuyos padres inculquen en sus hijos la solidaridad, la tolerancia y el respeto a los demás, así como la honradez y la lealtad, valores que en Navidad se mencionan mucho pero que, ciertamente, durante todo el año, han ido viniendo a menos…
Por ello, ¿acaso no sería pertinente regalarnos para esta Navidad algo más que un bien material?, ¿por qué no darnos la oportunidad de obsequiarnos una revaloración de nuestro ámbito familiar?, finalmente es allí en donde la mayoría de personas comienza sus primeros pasos de socialización para lograr insertarse y adaptarse, armoniosa y autónomamente, a las exigencias de la sociedad actual y del futuro.
El pesebre de Belén, la sagrada familia de Nazareth, evoca el gran simbolismo de familia constituida en valores; por lo tanto, el emular su ejemplo bien puede ser un gran paso para constituirnos en mejores familias; es decir, en mejores humanos…