Una noche reciente tuve ocasión de encontrarme leyendo un poco y, entre otras cosas que miraba, leí la parte final de una novela de la escritora francesa radicada en Suiza Sylviane Roche. El personaje principal, un socialista militante de origen judío y con una vida entre azarosa e intensa, terminaba sus reflexiones escribiendo unas palabras que, hoy por hoy, pueden hacer reflexionar a cualquiera.
En la parte final de ‘Adiós al tiempo de las cerezas’, que es como se llama la novela, la autora hacía decir a su Joseph Blumenthal, ya cercano al final de sus días las siguientes palabras: ”aunque los sueños se obstinen en derrumbarse, aunque la felicidad todavía no sea para mañana, aunque la vía que tomamos no fuera la buena, sé que hay una y que otros la encontrarán. Sé que siempre habrá quienes la busquen y crean en ella, y que finalmente harán partícipe a la humanidad”, y concluye el personaje en la obra diciendo: “Nunca hay que perder la esperanza”.
Me pareció una expresión positiva, animadora, sobre todo en tiempos como los presentes marcados, según algunos autores, de un pesimismo a ultranza, de la máxima indiferencia y de una preocupante insignificancia en el pensar de dimensiones más que graves.
La expresión de Sylviane Roche nos invita a no tirar la toalla, incluso a pesar de todo y de tantas gentes con tendencia a pasar de esto sí y de aquello también. Hay sueños que no caerán fácilmente, siempre habrá corazones animosos para buscar la felicidad en el lugar correcto y la vía hacia lo mejor siempre estará en algún lado y, ojalá, no falten nunca mujeres y hombres que deseen encontrarla.
No perder la esperanza es, pues decisivo. La esperanza es tomar conciencia del futuro, es propia del ser humano que se sabe proyecto inacabado. Esperar es mirar al futuro con responsabilidad, compromiso, cierto temor, algo de tensión y una enorme ilusión para no abandonar la ruta a media jornada.
Todo eso es saber esperar y esperar activa y creativamente.
En estos tiempos de crisis, en momentos un poco oscuros para algunos y en los cuales tantas gentes viven sin más y se olvidan de honrar su existencia, vivir el día a día como si cada minuto fuera un gran proyecto ilusionado es fundamental, ser parte del grupo de los esperanzados es decisivo.
En una antología reciente de CLACSO sobre pensamiento crítico en nuestra región latinoamericana encontré invitaciones a la esperanza muy interesantes. Pero, sobre todo, me pareció inspirador el nombre de la casa editorial que los difunde. Se llama ‘Aún creemos en los sueños’.
Si logramos no perder la esperanza y mantenemos nuestra fe en los sueños, a nivel personal y comunitario, nuestro andar habrá de tomar rumbos llenos de luz. Ojalá nos animemos a hacer la experiencia y, a pesar de ciertas tormentas que amenazan nuestro camino, nos demos a la tarea a dar pasos por la vida de cada día creyendo que el mañana debe ser mejor y que la felicidad auténtica e integral debe estar en algún lado. De lograrlo, muchos y en muchas partes, nos lo agradecerán.