Si tener que ir a un banco es de por sí tedioso y hasta desesperante, hacerlo un lunes después de Semana Santa, significa someterse a una verdadera prueba de paciencia. Con decir que tardé cerca de tres horas en la fila y 38 segundos en realizar el trámite que necesitaba.
Por dicha había llevado qué leer para entretenerme, aparte de las conversaciones que allí se escuchan, a veces hasta sin querer.
En 180 y resto de minutos es mucho lo que se escucha, pero hubo tres joyas de conversación que he querido resumir y compartir para que sepamos o reafirmemos cómo andan algunas cosas en este país y entendamos también algunas de las causas de nuestros principales problemas.
La primera correspondió a un par de damas: edad mediana, muy bien prendiditas y bastante decentes para hablar. Una estaba ahí, la otra apareció saludándola desde lejos. ¿Qué hacés aquí? Diay tuve que venir a pagar el préstamo de la casa. ¿Pero la semana pasada no tuviste libre? Sí, pero nos fuimos para la playa desde el sábado anterior y ya hoy hay que pagar. Qué torta, qué montón de gente y yo ando precisada. Sí, a como veo esto de lerdo, creo que de aquí me voy a ir de una vez a la casa a almorzar. Pero cómo, ¿ya no trabajás en la Muni?, ¿te da tiempo? Sí, claro, ahí trabajo, pero yo voy todos los días a la casa a almorzar, me tomo dos horas, el reglamento dice que son 40 minutos pero nosotros tomamos dos horas, nada más tenemos cuidado de alternarnos para que siempre haya alguien atendiendo al público para que la gente no reclame.
La segunda fue de dos caballeros, uno de ellos de muy mala presentación y con un vocabulario totalmente acorde con su apariencia. Maje esto está péliz, voy a tener que jalar porque el brete no espera. ¿Siempre estás en el taller? N`hombre yo jalé de ahí hace tiempo, me salió un negocio oscuro y me compré un exelcillo para piratear. Allá había que bretear muy duro, en cambio en esto la llevo suave y algo pesco para irla pasando. ¿Y por fin cuándo van a hacer la huelga, el tortuguismo ese y los bloqueos? Diay, ahí estamos esperando la orden de los jefes, si por mí fuera paralizo este país pa’que sepan lo que es bueno. Por ahí oí decir que nos vamos a unir con los muelleros, ahora sí le van a temblar las canillas a los diputados y al presidente.
La tercera no fue estrictamente una conversación sino el monólogo de una señora con su niño de unos cuatro años que todo lo tocaba, corría, gritaba. La mamá le llamó la atención no menos de veinte veces en la media hora que los tuve frente a mí, antes que por fin la llamaran a plataforma de servicios. Algunas de sus expresiones fueron: “Felipe, venga siéntese, el señor se va a enojar”. “Felipe no toque, vea que la señora ya está brava”. “Ya deje esa agua quieta, el guarda te va a regañar. “Felipe párese de ahí, se va a ensuciar, espere que lleguemos a la casa y verá”. Y así la madre regañaba por todo y el niño no hacía caso a nada
Tres casos de la vida real … de nuestra realidad.