Recientemente, hemos conocido de las características tan interesantes del llamado Proceso de Bolonia que, contando con la adhesión de la Santa Sede, implica la posibilidad de una vinculación cada vez mayor de la teología al mundo universitario, incluso público y privado no confesional. Esta nueva atmósfera, hace que la teología tenga su lugar en igualdad de condiciones con respecto a las disciplinas que, en los últimos tiempos, han sido las tradicionalmente presentes en el contexto de los centros de educación superior.
Es claro que si la teología, en cuanto parte intelectual del acto de fe, desea seguir siendo una reflexión seria, rigurosa y significativa de cara a la cultura de hoy y de siempre, no puede ni debe permanecer al margen de un entorno universitario. Incluso, Benedicto XVI en su discurso en la Universidad de Ratisbona en setiembre del 2006, dejó muy claro que las escuelas de teología, interrogándose sobre la racionalidad de la fe, realizan un trabajo que forma parte del todo de la universalidad de las ciencias.
En el caso de la teología católica, en la línea de lo que entre nosotros ofrece la UNED, estamos ante un aporte que, presentado su objeto de estudio de modo adecuado y llevada adelante la labor académica con rigor y con capacidad creativa suficiente como para tender puentes de investigación en líneas diversas, podrá enriquecer contínua y profundamente el ambiente propio de los diversos centros universitarios, aún si son públicos.
La naturaleza laica del Estado no se afecta de modo alguno, solo se pedirá a él y al centro de estudios respectivo garantizar el nivel universitario mínimo y con una libertad de cátedra real, aunque en el caso de la propuesta teológica católica implica, además, la obvia supervisión de la autoridad eclesial para que la sintonía con la fe de la Iglesia sea una constante natural.
Como es tan común en otras latitudes donde las facultades llevan el epíteto de católica, protestante, ortodoxa o, incluso, islámica; en nuestro medio no puede ser extraño para nadie que así como una universidad estatal ofrezca teología en la fe de la Iglesia católica, otra lo haga de un modo más ecuménico y varias universidad privadas confesionales lo hagan en clave protestante. Lo esencial es que el trabajo académico se realice del modo más científico posible, a la manera del ideal planteado por Aristóteles, y que la relación con la confesión respectiva sea una cercanía animadora de seriedad y rigor en la labor emprendida.
En nuestro medio, no nos cabe duda, esta tónica ha de ser la que anima la labor de reflexión teológica que día a día se lleva a cabo en la UNED o en la UNA, o bien, en cualquiera de las universidades privadas católicas o protestantes que, desarrollando una labor seria y realmente universitaria, han logrado progresos en la reflexión en torno a la teología, sus diversas ramas, fuentes y métodos diversos. Ojalá sean empeños que mejoran día con día.