Lunes, 28 Abril 2008 18:00

Quien siembra vientos cosecha tempestades

[audio src="/archivos_audio/Com Mar 29 Abril 08.L.mp3"]

A muchas generaciones de costarricenses, se nos inculcó, desde la escuela primaria, que nuestro país era un remanso de paz y tranquilidad, un milagro democrático, dentro de una América Latina, que en términos generales, se mantenía sumida en la inestabilidad política, en la que alternaban períodos de anarquía con dictaduras militares corruptas y regímenes populistas, incapaces de promover el verdadero desarrollo de sus países, pese a las ampulosas declaraciones demagógicas del gobernante de turno. Dichosamente, hemos logrado conservar hasta la fecha, nuestro sistema político, alternativo y democrático, pero hoy día solo un obcecado puede seguir pregonando que vivimos en un oasis de paz y seguridad. No puede serlo un país, en donde todos los días la prensa escrita y hablada informa sobre asesinatos, asaltos, robos de vehículos, trasiego de drogas y escándalos a todos los niveles. Es indudable que el país ha cambiado para mal y no podemos eludir nuestra responsabilidad, simplemente culpando a la perniciosa influencia del cine y la televisión, pues sin pretender negar su papel de propagadores de la corrupción galopante, no son ciertamente, los únicos y ni siquiera los principales, causantes del problema. Desde hace muchos años, nuestros jóvenes han venido siendo deformados en una salvaje ausencia de ley, de responsabilidades y deberes. Se les ha enseñado que las otras virtudes del respeto a los mayores y a la autoridad, la dedicación al trabajo y el esfuerzo personal son prácticas anticuadas y hasta ridículas. Se les ha hablado, hasta la saciedad, sobre sus derechos, pero nadie se ha preocupado en enseñarles que todo derecho implica correlativamente un deber. Maestros y profesores irresponsables les han enseñado, hasta con el ejemplo, que para lograr éxito no es preciso tratar de merecerlo en buen lid, pues basta con organizar una protesta violenta y multitudinaria, para “ejercer presión” sobre las autoridades, que siempre acaban por ceder, ya que todo se puede conseguir mediante el peso de la masa. Esto es lo que algunos demagogos han dado en llamar “democracia callejera”. Ciertamente que en mayor o menor grado, todos somos responsables de esta pérdida de valores, pues hemos apoyado o al menos visto con indiferencia, cómo los buenos profesores de antaño, iban siendo paulatinamente sustituidos por otros, que consideraban toda disciplina como una reprensión violenta y perjudicial y se mostraban partidarios de lo que ellos llamaban “educación en libertad”. Sólo que en este caso esa “libertad”, en la realidad un desamparo que deja al educando sin rumbo fijo, librado a su propio talante. En tales condiciones, no es extraño que muchos estudiantes, especialmente aquellos que no aprenden en sus hogares, principios que neutralicen los desastrosos efectos de esa tolerancia, se manifiesten inquietos, desafiantes y protestarios. Es imposible inculcar sanos principios en los niños y adolescentes, sin coartar sus malas inclinaciones, pues como todos sabemos por experiencia propia, el respeto a los demás, el amor al trabajo bien hecho y otros principios elementales de convivencia son difíciles de aprender, en tanto que la rebelión, el odio y la rabia son algo que los jóvenes absorben fácilmente. Esto es un hecho de la naturaleza humana que nadie puede negar. Algunas religiones lo llaman “pecado original”, aunque me temo que esa denominación pueda resultar inaceptable para nuestros modernos partidarios de la “educación en libertad”.
Es preciso reconocer que la educación que a tan alto costo para el país brinda El Estado en los colegios públicos, en los que pretende mantener obligadamente a los jóvenes al menos hasta los diecisiete años, resulta carente de interés, inadecuada y frustrante para algunos de ellos, quienes se sienten inadaptados en las aulas. Por lo tanto sería más conveniente para la sociedad y para ellos mismos que se les preparará para ganarse la vida, mediante el aprendizaje de algún oficio, pues evidentemente en este mundo, no todos están capacitados e inclinados a obtener títulos académicos. Tratar de mantenerlos a todo trance en una institución que nada les ofrece, es incubar bombas de tiempo, que más tarde estallarán, produciendo los delincuentes y drogadictos que hoy amenazan nuestras calles y hogares.