Una frase filosófica que encierra una certeza casi inevitable para abrir las puertas al mundo laboral para los futuros profesionales es que: “la única constante para el crecimiento es el cambio”.
Efectivamente, en nuestra sociedad, la economía, ciencia, tecnología o cultura se transforman vertiginosamente. Por lo tanto, ya no se puede enseñar y aprender de memoria toda la teoría que se ha generado alrededor de cada disciplina, pues si se continua haciendo, los profesionales de muchas de las carreras estarán desactualizados antes de que se gradúen.
En este sentido, para cumplir con su misión, la universidad contemporánea debe brindarles a sus estudiantes tanto una educación que los prepare para enfrentar los desafíos de la sociedad moderna, como para los de los próximos 50 años de su vida, mediante el despertar de la capacidad de análisis, inferencia, interpretación, explicación, evaluación, autorregulación y actitud flexible e investigativa. Es decir, el mundo actual, que es de gran complejidad, demanda un pensamiento de alta calidad.
Ya la Declaración sobre la educación superior en el siglo XXI, elaborada por la conferencia mundial de la UNESCO, refuerza dicha posición al exponer que: “las instituciones de educación superior deben formar a los estudiantes para que se conviertan en ciudadanos bien informados y profundamente motivados, provistos de un sentido crítico y capaces de analizar los problemas de la sociedad, buscar soluciones, aplicarlas y asumir responsabilidades sociales”.
Afortunadamente, estos señalamientos y demandas ya son tomados en cuenta en algunas universidades de nuestro país a la hora de plantearse las políticas y los objetivos de la docencia. Por ejemplo, la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología en su política curricular y modelo pedagógico define que: “el currículo de la universidad, en su perspectiva cognitiva, debe permitir a los estudiantes construir su propio conocimiento con base en lo que ya saben, y aplicarlo en actividades cuyo objetivo sea la toma de decisiones, la solución creativa de problemas y los juicios críticos”.
Por su parte, el Instituto Tecnológico de Costa Rica, en su nuevo modelo académico puntualiza que “el proceso educativo se debe fomentar y propiciar el uso de metodologías que estimulen el desarrollo del espíritu crítico, creativo y responsable en los actores del proceso”.
Por eso, hoy se exige mayor compromiso por parte de los centros universitarios para concretar las orientaciones políticas y curriculares del fomento del pensamiento de calidad, en donde el profesorado posea una conciencia clara de su nuevo rol y también disponga de unas herramientas metodológicas que permitan ponerla a funcionar.
Definitivamente el desarrollo de un pensamiento reflexivo y racional del estudiante no se da por dentro de una clase magistral, donde el profesor receta la materia que el estudiante copia en su cuaderno y después reproduce a la hora del examen.
Nuestra sociedad requiere estudiantes inmersos en espacios para la labor intelectual de análisis, síntesis, colaboración, construcción, donde se formen las destrezas mentales y las actitudes necesarias para desarrollar un pensamiento crítico educativo.
Por supuesto que esto significa una tarea compleja, pero, sin duda, es impostergable.