Así dice el viejo y conocido refrán y me guindo de él para hacer una breve reflexión de cara a la participación ciudadana en los comicios electorales, en especial, los próximos a realizarse el primer domingo de febrero, los que serán en paz y absoluta libertad, tal como, los hemos venido haciendo desde hace unos sesenta años.
Estamos tan acostumbrados a que así debe ser la forma y el ambiente en que escogemos a quienes aspiran a dirigir el país y a ser nuestros representantes en la Asamblea Legislativa y municipalidades; que lastimosamente, me temo, que ya no le damos el valor y el reconocimiento debido. Muchas personas hasta han decidido, de forma unilateral, abstenerse de participar en los procesos electorales, aduciendo que todas y todos los políticos son iguales, que se burlan de la gente y que por lo tanto, no se van a prestar a hacerles el juego. Decisión, esta muy peligrosa para la democracia.
Es propicio tratar de ubicar el origen de esa falta de entusiasmo, ya que no es gratuito y posiblemente, esté en la pobre y hasta muy mala actuación que han tenido quienes han asumido cargos de elección popular y allí, piensan mucho más en sus intereses particulares y cuando mucho, en el de sus más cercanos colaboradores pero casi nunca, han pensado realmente en el bienestar de las grandes mayorías, en especial de aquellas personas menos favorecidas por parte del sistema económico nacional.
Por otro lado, están las insatisfechas y crecientes necesidades sociales, manifiestas a través de muchos años y gobiernos. Además también están las expectativas creadas en las campañas publicitarias de las y los candidatos a puestos de elección popular.
Sin duda, la falta de respuestas eficaces y oportunas a las necesidades y expectativas populares, se convierten en refuerzos muy negativos para la gente que confiadamente puso su confianza en esas promesas electorales para generar un futuro mejor.
Sin embargo, debemos entender que la falla no está en el sistema democrático como tal, sino en las personas, tanto las que hacen mal uso de sus puestos una vez elegidos, como en los mismos ciudadanos, que no les exigen a los aspirantes a ocupar puesto de elección popular, tener propuestas inteligentes, bien estructuradas y viables.
Pero por otro lado, está también la omisión y hasta la desidia de la ciudadanía por interesarse más comprometidamente en la política nacional. Esto quiere decir, no solo hacerlo el día de las elecciones, votando, participando como miembros de mesa o delegados de algún partido político, sino que la participación activa y masiva debería ser permanente y vigilante del actuar de toda la clase política y del rumbo del país.
Sin embargo, lo cierto es que, la participación y compromiso cívico de parte importante de la ciudadana, es muy bajo y hasta raya, más bien, en la indiferencia. Esto favorece el acceso a los puestos de elección, dirección y gobierno a algunas personas sin los debidos e importantes méritos personales, profesionales y ciudadanos, por lo que cuando llegan al poder, son y siempre serán incapaces de satisfacer las necesidades y expectativas de quienes les dieron su voto. Esto establece un muy peligroso círculo vicioso, que refuerza negativamente la existencia de la pacífica y democrática forma de vida que nos heredaron nuestros antepasados, amenazándola hasta con acabarla. Realmente nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde.