En discursos de dirigentes locales y nacionales se dice que los habitantes de la zona sur del territorio nacional, alertados por lo que sucede en Guanacaste, no apostarán por la construcción de mega hoteles para el desarrollo de este verdadero paraíso, ubicado en los linderos con la hermana república de Panamá.
La propuesta es interesante, damos fe quienes hemos visitado este emblemático sitio de jaguares, saínos, lapas, delfines y ballenas, entre otras hermosas especies y pernoctado en sencillas tiendas de campaña, tímidamente acomodadas en la inmensidad del bosque donde la impresionante naturaleza se hace una con el mar.
Resulta que ahora el lobo muestra sus colmillos y así lo han hecho saber instancias como el Tribunal Ambiental Administrativo, estudiosos de la Universidad de Costa Rica y la Contraloría General de la República, que advierten de la progresiva destrucción de manglares, ríos y montañas, que ceden, no ante los mega hoteles sino; ante las mansiones y urbanizaciones de magnates.
45 kilómetros de una fila montañosa son desangradas por arterias de polvo y barro, que en escorrentía se ciernen sobre los arrecifes de la costa, son caminos o trochas que apuñalan un sitio, que debería ser preservado para el goce de las futuras generaciones, pero los proyectos angurrientos de mercaderes ambiciosos y la vista gorda de algunos malos funcionarios, se confabulan en un verdadero crimen contra la naturaleza.
Aun estamos a tiempo de rescatar el desarrollo ordenado y armónico de estos vastos territorios, donde se asienta el impresionante Parque Nacional de Corcovado, aún es hora de respetar el hábitat de los juguetones delfines, estamos en el momento preciso de procurarle un remanso de paz a las impresionantes ballenas que nos visitan.
El sur del territorio nacional es un gigante dormido, que en su estado de somnolencia escucha ya de ambiciosos proyectos como un aeropuerto internacional, las palas mecánicas horadan su húmeda piel, los motores de yates y lanchas surcan sus ríos y se adentran en su mar, estamos a tiempo de frenar la voracidad desmedida, de quienes por unas monedas, medran con el patrimonio de una nación.