Tuve la dicha de estudiar en la zona rural. Hice mis estudios primarios en San Isidro de El General y luego en Siquirres, así como el colegio en Guápiles. Concluí la secundaria en un colegio agrícola, también en una zona rural, en Iowa, Estados Unidos. Hace poco volví a colegios rurales para hacer una investigación, contratado por una organización de Estados Unidos. En la zona rural, los problemas de la educación son mayores, porque es mayor el abandono, y la crisis educativa cobra más caro, porque todo es más difícil conforme más lejos se vive de la capital.
El 92 % de nuestras escuelas y colegios son públicos, por lo que es tarea del Estado la lucha por cerrar la brecha entre los centros educativos públicos y los privados. En las instituciones privadas hay más oportunidades reales para aprender a hablar inglés y para tener intercambios y acceso a la tecnología. En lo público, ni siquiera cuidan lo que tienen. Hay que invertir en educación porque es la única herramienta efectiva contra la pobreza y el subdesarrollo. Sin educación excelente, el país se condena a ser pobre. La excelencia tiene que ver con instalaciones, pero también con programas.
Hice una encuesta en unos treinta colegios, y lo primero que me impactó fue la inutilidad del programa de los 200 días lectivos, pues al final del curso lectivo, los colegiales no llegaban a la institución. Utilicé un cuestionario con más de cien preguntas, pero hay tres puntos en los que las respuestas me impactaron. Ante la pregunta, “¿quiero un matrimonio como el de mis padres?”, contestaban al unísono que no, en voz alta, en grupo, a pesar de que la encuesta era individual y privada. En ese punto, nadie respetó esa regla. El país sufre una tremenda crisis familiar.
Ante la pregunta, “¿he consumido tanto licor hasta estar borracho?”, casi todos contestaron que sí, y que lo hacían frecuentemente. Y ante la pregunta, “¿ha copiado usted en un examen?”, la respuesta de nuevo fue colectiva: entre risas todos y todas aseguraron que sí copian en los exámenes. Tenemos crisis de valores.
Ante eso, la educación debe girar hacia el deporte, el arte, la cultura y la ética. Lo único que rescato de la experiencia educativa de Estados Unidos, donde concluí la secundaria e inicié los estudios universitarios, es la importancia que le dan a lo que se conoce como “educación extracurricular”, es decir, la banda musical, el equipo de fútbol, baloncesto y voleibol; el club de teatro, de danza y de oratoria; el de pintura, el de ajedrez, el de natación… En eso, estamos muy lejos de los países desarrollados, y es a través de los deportes y las artes que podemos enfrentar la crisis de los valores y el reto del licor y las drogas en los jóvenes. Deporte y arte son muy formativos.
La otra certeza que tengo a partir de la encuesta que realicé en treinta colegios es que salen del colegio porque no les interesa lo que les ofrecen en las distintas materias. El combo para atraerlos es la suma de la música, el fútbol, los deportes en general, el baile y lo que les llame la atención entre las bellas artes. Es urgente que las autoridades lo tengan presente.