Desde donde escribo, a través de la ventana puedo observar a los constructores atendiendo los detalles finales de una obra llena de significado para nuestra familia. Es la reconstrucción de una parte de la vieja casa en la que vivimos en la segunda mitad del siglo pasado.
La reconstrucción se hace con una de las paredes frontales y su ventanal, y un pedazo del corredor de mosaico rojo, rescatados del proceso de demolición a que fue sometido aquel nuestro viejo nido, donde aprendimos a volar y desde donde marchamos hacia diferentes mundos, pero regresando siempre, cada vez que se podía, a la calidez del regazo hogareño, a revivir sueños, a vivir añoranzas, a recargar nuestros espíritus con las sales del amor de mamá y papá, de la convivencia fraternal, de la vida familiar.
Allí crecimos los menores y terminaron de formarse los mayores. Allí se tejieron ilusiones, se compartieron angustias, se superaron limitaciones, se vivieron sufrimientos y explotaron emociones. Allí se nos reprendió y se nos quiso. Allí mimos, allí trabajos, allí juegos, allí regaños.
Era una casa grande; tenía que serlo, porque éramos una familia numerosa. Con el tiempo fue sufriendo transformaciones para acomodarse a las necesidades espaciales y a las circunstancias familiares, pero mantuvo su ser de hogar, de nido, de lugar de convivencia y de realizaciones conjuntas. Y esta reflexión me lleva a visualizar la similitud de nuestra casa con el país, porque ciertamente, aunque algunas veces lo veamos diferente, debido a los cambios circunstanciales que el paso del tiempo ha demandado, sigue siendo nuestra gran casa, la casa que construyeron con grandes sacrificios muchas generaciones de compatriotas.
Es exactamente lo que pasó con nuestra casa. Recordándola, recordando las condiciones en que vivían nuestros padres, es fácil deducir la magnitud del trabajo y los sacrificios que debieron demandarles nuestra linda casa de maderas pintadas, ventanas de vidrio y piso de cemento. Por eso hoy levantamos esa pared para patentizarles nuestro amor, nuestra admiración y nuestra gratitud.
Y después de tantas divagaciones vuelvo a observar a los obreros en sus labores. Puedo percibir el cuidado con que hacen cada cosa, procurando que todo quede bien, es decir, desde la atención del detalle atienden la obra completa, procurando garantizar en la calidad de lo pequeño, la calidad de lo grande.
Y no puedo evitar volver al símil de la Patria. Sí, porque al final, somos cada uno de nosotros, con nuestro trabajo detallado, quienes levantamos las paredes de este país, es decir, el país que somos es el país que hacemos. Cuán bueno sea, está en nuestras manos. ¿Cuánto honramos con nuestra obra a nuestros antepasados? Que cada quien responda a esta pregunta y su propia conciencia lo juzgue.