Escuché a alguien decir, a propósito del periodismo, que el periodista debe ser, ante todo, una buena persona. Me sonó muy bien aquello, pero después me puse a pensar, bueno pero el abogado, la educadora, el médico, la arquitecta, ¿no debiéramos decir los mismo de ellos?, ¿y del sacerdote, del futbolista, del chofer, de la estilista, de la enfermera?
Y ahora que el país ha optado por doña Laura para poner en sus manos la responsabilidad de dirigir los destinos del país por los siguientes cuatro años, ¿no cabe acaso una reflexión acerca de su condición de persona?
Por supuesto que sí; si vamos a demandar del periodista, con mucho fundamento, que sea una buena persona, como requisito para ejercer tan delicada profesión, mucho más tenemos que hacerlo de quien va a ejercer la primera magistratura de la República.
¿Pero qué habremos de entender por bondad?, ¿cómo calificar a una persona como buena?
Al respecto habría muchas consideraciones que hacer, pero volviendo a la referencia del periodista, la consideración estaba centrada en el tema del humanismo, en la valoración que el profesional de la comunicación debe hacer del ser humano y en la atención que le brinde a sus potencialidades y limitaciones, a sus angustias y temores, a sus alegrías, a sus tristezas, a sus frustraciones y expectativas, a sus nostalgias y esperanzas, a sus necesidades espirituales y materiales, en fin, a su particularidad de persona.
Doña Laura se ha proclamado firme y honesta, necesitamos que lo sea. Una buena persona debe ser firme y honesta, responsable, cumplidora de sus deberes, aferrada a sus principios, coherente en sus acciones, de mente abierta, de decisiones oportunas.
Podríamos decir que estos rasgos de bondad corresponden al ámbito racional y ético, y que sus manifestaciones tienen como principal escenario lo público, lo laboral, lo profesional, lo político.
Pero hay otro ámbito de la bondad, el citado arriba, que más bien está ligado al corazón, a los sentimientos, a las relaciones interpersonales.
Si la señora presidenta electa es buena, por firme y honesta, lo pueden decir sus correligionarios, sus contrincantes, sus planteamientos políticos y sobre todo su trayectoria pública. De su bondad de corazón pueden hablar sus padres, hermanos y familiares en general; sus ex compañeros de juegos, estudio y trabajo; el funcionario más humilde que ha tenido a su cargo; la señora que recurrió a ella por una palabra de consuelo y esperanza; sus mascotas, las plantas de su jardín y hasta un dorado atardecer, si la vio extasiarse ante la inmensidad de la obra divina.